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¡Maicitos fuera!

26/03/2023
 Actualizado a 26/03/2023
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Hay cosas mucho peores, pero una muy mala, muy perjudicial para la salud coyuntural o transitoria, es comer maicitos con ansia. No se le da tiempo al estómago a digerir tanta piedrecita y claudica. Si hago sobremesa en la Santa Sed o en el Tax Man es morir. Se solía decir que los ponían para dar sed, pero a mí me sucede al contrario, que cuando tomo copas me como cuencos enteros. No sé, quizá eso esté motivado por no fumar, pero ahí no me quiero meter. Puedo acabar poniendo a diario estados de whatsapp rollo superación personal, y debo comportarme, que tengo una reputación.

Odiosos maicitos, te dejan la boca como un campo de minas, trabajo para taladro más que para palillo. Además, los maicitos vulgares pueden romper dientes. Unos más asequibles para piñatas delicadas eran aquellos de Grefusa que estaban buenísimos, los Mister Corn, con un sabor a ahumado que no te digo nada y te lo digo todo, pero sin colorantes ni conservantes, a mucha honra.

Esos sí que podías comerlos con dientes faltos de toda robustez y no pasaba nada. Aunque lo peor que le he visto hacer a un grano de maíz no es contra un diente, sino lo que le pasó a mi primo. Siendo pequeño, por la napia para arriba le fue uno y tanta humedad ahí dentro le empezó a crecer de tal manera que tuvieron que ir corriendo a urgencias que le reventaba aquello. Lo que le sacaron era tamaño mazorca entera, cuenta la leyenda.

Cosas del destino (llámalo energía), esta semana he pagado la penitencia del exceso de maicitos del finde pasado en forma de tomadura de pelo. Iba yo paseando y me cruzo con un grupo de chavales de uniforme con sus escuditos bordados, de excursión, risotones.

De entre todos, uno, muy ufano, hace por caracterizarse asomando su cuerpajo púber del resto. Estira un brazo hacia mí como ofreciendo algo mínimo y me dice el muy gilipó «¿Quieres este kiko o se lo doy al siguiente?».

La gafa de sol bien puesta y no decir esta boca es mía por no querer reconocer el término ‘kiko’ como sinónimo de ‘maicito’ me libraron de la burla generalizada, pero han de apuntármela en el debe. Lo que no sabía el burloneto desgarbado es que llevaba yo unos días clamando por que alguien se hiciera cargo de mí para frenar mi propensión al maicito. Que la próxima vez que ese fruto maldito me tiente diga, ¡se acabó, maicitos fuera!
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