Mafalda contra la Virgen de la Covid

[Opinión] Mafalda es la honradez en estado puro; Ayuso es puro esperpento de Valle Inclán, la parodia de sí misma, la falta de escrúpulos, la ignorancia, la prepotencia

Valentín Carrera
05/10/2020
 Actualizado a 05/10/2020
Viñeta de Mafalda, cuyo creador, Quino, falleció esta pasada seemana.
Viñeta de Mafalda, cuyo creador, Quino, falleció esta pasada seemana.
Está toda la derechita cobarde revuelta con el sobado mantra ese de «no hacer política» o «no politizar» las cosas -da igual que sea la Covid, el telediario o los sueldos de los concejales-, sembrando y alimentando una vieja obsesión atribuida a Franco: «Haga como yo, no se meta en política».

Como si la derecha no hiciera política -¿qué hace entonces?-, o como si la Política, y lo escribo con mayúscula, fuera de por sí mala, nociva; o como si todos los políticos y todas sus políticas fueran iguales, cuando precisamente de lo que se trata es de hilar fino y separar el trigo de la paja. Hasta el nuevo programa matinal de TVE se ha sumado a esta conspiración retrógrada, aprovechando la muerte de Quino para manipular el sentido de una viñeta de Mafalda («No digas la palabra maldita p…»).
Para quienes hemos leído todos los libros de Mafalda varias veces -mi hija Zoraida ha heredado la colección entera-, Quino y Mafalda son política en estado puro, y en su memoria reivindico en esta tribuna la Política como la más noble de las artes sociales, la alta dignidad del servicio público.

Y sí, mal que les pese a quienes pretenden que no nos metamos en política, defiendo que meterse en política -lo cual no significa afiliarse a un partido concreto- es una exigencia ética. Todos hacemos política a todas horas: hablando, debatiendo, votando; pero también callando o consintiendo, porque «lo público», «lo colectivo», «el bien común», los asuntos de la ‘poli’ son de nuestra incumbencia, afectan a nuestra salud, dinero y amor, a nuestras vidas, y no podemos ni debemos desentendernos de ellos.

Ni mucho menos podemos dejar los asuntos públicos en manos de ciertos partidos que dicen no hacer política (insisto, ¿qué hacen entonces?), o de incompetentes como Ayuso, Casado, Quiñones y Mañueco, por citar cuatro ases de la baraja apolítica franquista. Frente a ellos, ración doble de Mafalda, la subversiva.

La diferencia entre Mafalda y Ayuso es que Mafalda es real, de carne y hueso -como saben sus millones de fans en todo el mundo-; y Ayuso es un personaje de ficción, como también saben millones de madrileños y madrileñas. Mafalda es la honradez en estado puro; Ayuso es puro esperpento de Valle Inclán, la parodia de sí misma, la falta de escrúpulos, la ignorancia, la prepotencia.

Mafalda es cauta, reflexiva: piensa, valora, matiza, opina sin ofender, pero con valentía y sinceridad. Ayuso carece de sentido del ridículo y habla sin pensar: lo mismo le digo una cosa que la contraria. Ayuso pasará pronto como una mala pesadilla y Mafalda, en cambio, seguirá creciendo en la estima de millones de personas.

Mafalda llama a las cosas por su nombre, es directa, contundente, va al grano, porque tiene la fuerza de la convicción, el poder de la inteligencia -la del inmenso Quino-; mientras Ayuso hace ayusadas: se confina de mentirijillas en un apartamento de lujo de Sarasola, se retrata disfrazada como una virgen doliente, busca y crea enemigos, y sobre todo, enreda.

Mafalda tiene una palabra exacta para cada asunto: una palabra que no es un dogma (pensar es sinónimo de dudar, cuestionar, interrogar). En las antípodas de Mafalda, Ayuso es capaz de encontrar un problema para cada solución, y avanza desorientada, a tumbos, como pollo sin cabeza.

Por decirlo una vez más: sin haber estado nunca en ningún partido, sin haber sido concejala ni diputada, Mafalda es política en estado platónico, hace política, reflexiona y opina sobre las cosas que nos afectan y nos duelen, ya sea el hambre en el mundo, la esclavitud, el machismo, la ignorancia, el abuso de poder o la sopa. Por el contrario, la Virgen de la Covid «no hace política», lo suyo es capillismo, superchería en la Tierra Plana, ficción.

Mal asunto y mal pronóstico para los seis millones de personas que viven en la capital del Estado, antiguamente, capital del Reino, que ahora va camino de ser república federal, con la inestimable ayuda de Campechano. Mal asunto porque el PSOE centenario lleva más de treinta años -desde la muerte de Tierno Galván en 1986-haciendo el burro en Madrid y pifiándola a lo grande. La última metedura de pata fue enfrentar a Gabilondo con Ayuso. Hay que ser torpes.

Ángel Gabilondo es el tipo más serio, honesto, íntegro, inteligente y respetuoso de la política española, el mejor ministro de Educación; pero si pones a un catedrático de Metafísica a competir con la Virgen de la Covid, está claro quién gana en fervor popular.

La solución a todo este enredo, folletín, comedia bufa, sainete burlesco, o zarzuela sin monarca, no es otra que enfrentar a la señora Ayuso, que no hace política, sino ayusadas, con Mafalda, que sí hace política.

En profundidad y criterio, Mafalda es como Gabilondo, pero además es transversal: los jóvenes y adolescentes la quieren y las milfs del 68 la adoran. Mafalda habla claro, no enreda, piensa lo que dice y dice lo que piensa; en fin, créanme, por el bien de todos los que vivimos en provincias, olvídense del metafísico honrado y del entrenador de baloncesto: la única candidata que puede tumbar a la Virgen de la Covid es Mafalda.
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