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Madrileñofobia

04/10/2020
 Actualizado a 04/10/2020
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No vengo a tutelar, ni a juzgar, ni a sustituir a nadie». La reunión entre Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso empezó tan mal como terminó, porque lo primero que dijo el presidente es que no iba a hacer lo que sabía que tendría que hacer. Era una de esa frases en las que, por la entonación, ves acercarse cada vez con mayor intensidad el pero, que resulta más demoledor cuanto más tarda en llegar. Dos egos únicamente superados por los egos de sus asesores (¿no serían pocas banderas?) empezaron hace tiempo un macabro juego con la salud nacional: «confina tú», «mejor confina tú»... La teoría de la psicología inversa aplicada a la política. Ante su cinismo extremo, la gente ha empezado a ignorar sus afirmaciones para dar por seguro todo lo que niegan. Así es como se entiende que cuando dicen «no va a haber problemas de abastecimiento» al más prudente le entran ganas de salir corriendo hacia el supermercado para comprar papel higiénico. La presidenta dice que «Madrid no está en rebeldía». Los dos repiten que «esto no es una guerra ideológica sino epidemiológica». Puestos todos a jugar al no, parece evidente que Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso no son profundamente miserables.

Decía la semana pasada el berciano Mario Tascón que «es difícil de explicar ahora pero os aseguro que hay mucha gente inteligente en Madrid». Viendo a sus dirigentes es inevitable ponerlo en duda, aunque su afirmación resulta cada vez más comprensible porque, aquí, a estas alturas, ya todo el mundo tiene parientes o amigos en Madrid. Es una lástima que el virus no sea como la nieve, ese fenómeno meteorológico que puede aislar pueblos y cerrar puertos por todo el país pero del que tenemos que hablar todos cuando cae en Madrid. El virus, en cambio, no se queda en las imágenes del telediario ni el postureo de las redes sociales.

Si uno se deja llevar por las noticias podría llegar a pensar que estos días Madrid es un desfile de zombies que están deseando salir de la capital para contagiar a todos los provincianos. Todo lo desolador que se hace ver lo que está pasando allí tiene su contrapunto en lo delicioso que resulta pasear en esta época por los pueblos leoneses. Es el mejor momento para visitar a los viejos conocidos, que tienen que dar salida a los excedentes de la huerta. ¿Dices que este año no hay casi manzanas? ¡Qué pimientos tan hermosos! ¿Qué vas a hacer con tanto tomate? Con el calendario negando la definición de veraneantes, los pueblos conservan aún la vida de los que quisieran pasar allí todo el año, a los que la pandemia esta vez les ha retrasado su fecha habitual de regreso a la ciudad. El resultado es un espejismo de lo que podría ser una distribución lógica de la población que, en cuestión de días («hasta el Pilar», se escucha en las conversaciones), el frío y la nieve que aún tardará mucho en caer en Madrid harán saltar por los aires para devolverlos a la soledad de los últimos inviernos.

De esos pueblos, los padres empujaron a sus hijos a marcharse sin mirar atrás. En ciudades/pueblo como León, la escena se sigue repitiendo a día de hoy, en buena medida con rumbo a Madrid. La falta de oportunidades lo justifica todo, pero se nos empieza a escurrir entre los dedos la teoría de que los hijos tienen que vivir mejor de lo que vivieron los padres. Hubo un tiempo en el que el éxito se reducía simplemente a salir de aquí, pero la realidad está empezando a demostrar lo contrario y, como las restricciones, cuanto más tardemos en asimilarlo, peor.

Además de trazar metáforas punzantes, el virus ha venido a tensar tanto algunas costuras, los remiendos de las autonomías, que ya no hay pespuntes presupuestarios que lo arreglen. Dicen de los botellones, la falta de previsión, la mediocridad política o el debilitamiento del sistema sanitario, pero en la lucha contra la pandemia el centralismo viene a ser algo tan peligroso como lamer pomos en Urgencias. Y quienes han amagado con combatirlo en este país, por lo general, ha sido para crear otro a su medida.

Queremos que Madrid dé trabajo a quienes aquí no lo encuentran y que los madrileños vengan los fines de semana a dejar su dinero, pero sin molestar, como el camarero que vende copas y no quiere que sus clientes se emborrachen. Muchos son los que nosotros mismos empujamos a irse, algunos porque no les quedaba más remedio y otros aunque no lo quisieran. Ahora, como ya pasó en marzo, se les señala y se les acusa de traer el virus, para demostrar que no todos los miserables están metidos en la política. Menos mal que íbamos a salir mejores.
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