09/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Si hay algo que me gusta del mes de agosto no es coger vacaciones, sino que mis amigos lo hagan. Con el tiempo cada uno hemos ido siguiendo nuestro camino, la vida nos ha puesto en sitios diferentes y empieza a ser complicado lo que antes era fácil y si no lo era se peleaba por lograrlo: elegir fechas y destino para disfrutar de unos días fuera de casa.

Sin embargo, ahora la primera preferencia de mis emigrados en sus vacaciones es volver a casa y su principal divertimento en el tiempo libre es hacer como que el tiempo no ha pasado, como que todo sigue igual y podemos tomar cañas con la pandilla de siempre más de una vez al mes.

Yo, que sobrevivo en el poblado ojalá que por mucho tiempo, pero echando de menos compartir el día a día con ellos, participo encantado de ese engaño colectivo al que nos sometemos y que habitualmente se lleva el tren o el autobús del domingo por la noche, pero que cada verano encuentra la manera de alargarse un poco más en el tiempo y da margen a muchas cosas más.

Ellos, que contaban los días para salir de la jungla y respirar aire limpio, celebran recuperar la felicidad que solo te da tu casa intentando disimular en el fondo de su cabeza el pánico a envejecer en la gran ciudad. Pese a ello, las conversaciones siempre giran en torno a lo mismo:

- «¿Qué tal por Madrid?»

- «Hasta las pelotas»

Por el momento no conozco a nadie que pudiendo hacer aquí lo mismo que hace allí y en las mismas condiciones no se cogería la maleta cinco segundos después de que se lo propusieran. Pero bueno, por el momento miraremos el lado positivo y lo bueno de todo esto es que pese a estar lejos, quizás la ‘madriditis’ nos haya unido más.
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