08/10/2017
 Actualizado a 15/09/2019
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Todavía cantan los grillos en estas deliciosas noches otoñales de cielos limpios que ilumina una Luna rotundamente hermosa. Si a estas alturas de la vida no he perdido la capacidad de asombro cada vez que contemplo la Luna y el cielo nocturno, pienso que jamás la perderé. A menudo me pregunto cómo es posible si siempre veo el mismo cielo y la misma Luna, si nada hay nuevo (para mí) en lo que veo. No hay más razón me digo a mí misma, que la del sosiego infinito y la hermosura que desprenden los miles de millones de estrellas observados desde ese pálido punto azul que, en palabras de Sagan, es nuestro planeta. Como soy bastante crédula y carezco de la cultura científica que a todos se nos debería obligar a adquirir, me creo a pies juntillas lo que dicen astrofísicas como la chilena María Teresa Ruiz, que nos declara hijos de las estrellas y nos recuerda, entre otras cosas, que el hidrógeno de nuestras lágrimas lo fabricó el Big Bang. Que cuando contemplamos el Universo no hacemos sino viajar en el tiempo. O que es imposible que estemos solos en este vasto mar de estrellas, aunque entoncesuno tenga que acercarse a la paradoja de Fermi (premio Nobel de Física en 1938) parano comprender nada. Yo, en estas cuestiones, no comprendo absolutamente nada. Pero siento que el cielo nocturno estrellado me hace tan extraordinariamente feliz como me aterra la oscuridad sin estrellas. De hecho, me resulta envidiable la suerte de aquellos que han dado nombre, por ejemplo, a un asteroide (palabra que, por cierto, acuñó W. Herschel, descubridor del planeta Urano).Como es el caso de Mikalojus Konstantinos Čiurlionis (1875-1911), un excelente compositor y artista lituano, simbolista, cercano al Art Nouveau y pionero del arte abstracto a quien en el año 1975 el astrónomoNikolái Stepánovich Chernyj le regaló el asteroide 2420. Su asteroide está situado en algún punto de nuestro sistema solar, en una región entre Marte y Júpiter que comparte con a saber cuántos objetos astronómicos semejantes pero, en cualquier caso, con algunos más grandes: Ceres, Palas, Vesta, Higia y Juno. Todas mujeres de armas tomar. Las obras pictóricas de Čiurlionis subyugan por su originalidad, su carácter imaginativo y misterioso, su lirismo inexplicable. Nada raro que, en su recuerdo, también lleven su nombre un museo, una cima de las montañas Pamir o los acantilados del archipiélagoruso de Francisco José. ¡Si uno pudiera pedirse un asteroide!
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