Luz

José Ignacio García comenta el libro de Ángel Olgoso 'Devoraluces'

José Ignacio García
08/05/2021
 Actualizado a 08/05/2021
El autor Ángel Olgoso. | MARINA TAPIA
El autor Ángel Olgoso. | MARINA TAPIA
‘Devoraluces’
Ángel Olgoso
Editorial Reino de Cordelia
Narrativa
136 páginas
14,95 euros

«En tiempos de los reyes Sasánidas, las palabras eran todopoderosas y, como tales, de una gran persuasión a la hora de otorgar sus favores: enlazadas unas con otras se convertían en cuentos maravillosos; solas, en talismanes y fórmulas mágicas». Así comienza ‘La arena de las historias’, uno de los catorce prodigios literarios –en realidad (y en la fantasía) son infinitamente más– de los que da cuenta un índice que anuncia un libro hermoso y cuidado hasta el más mínimo detalle, desde su cubierta hasta el colofón.

Y no puede ser más certero ese inicio, porque así son los cuentos que integran ‘Devoraluces’: maravillosos, mágicos, plagados de palabras omnipotentes, de frases inmortales, de inicios con armonía de arpegio y de finales bañados en oro que dejan en el oído el tañido cantarín de una campanilla de cristal.

Decir que Ángel Olgoso juega en la liga de la excelsitud, no es decir nada nuevo. Pero quizás sí lo sea esta nueva óptica, esta manera de ofrecer a los lectores un aliento literario más luminoso, más alegre, más intimista, pero siempre evocador.

No hay un hilván conductor –ni falta que les hace– entre estos relatos deshilachados. Su autor nos lleva en todo momento por donde quiere, en un viaje vertiginoso por los confines de la imaginación, de la vida, de una forma de ver la literatura con la mirada que solo los genios la pueden ver y contar.

A lo largo y ancho de este océano de sensaciones, Olgoso deja ir en ocasiones a la deriva sus palabras, como si fueran barcos de papel arrastrados por un aliento poético de una belleza conmovedora y párrafos continuos que no dan tregua al lector; en otras sitúa la escena en teatros imprecisos, como el de esa guerra que podría ser cualquier guerra, con esa mujer que amamanta a un soldado moribundo, o el de ese cálido verano alumbrado de luciérnagas o el del hombre solitario y feliz que contagia su alegría a los habitantes de su comarca; en otras hace revivir la voz de Cervantes y la de las novelas de caballerías de los tiempos del Amadís de Gaula, o se convierte en un Ulises que recorre en su odisea particular libros eternos, autores y personajes imprescindibles de la literatura universal, o vive sueños en la India o forja ruedas e historias en Japón, o deja que sea la Villa Diodati, donde se encontraron en cierta ocasión Lord Byron, el matrimonio Shelley y el doctor Polidori, la que cuente con una prosa densa y maciza como sus paredes los secretos de los días que allí pasaron juntos, o le da la vuelta a Las mil y una noches, para desvelar la relación entre el sultán y su amada de una forma que a nadie antes se le hubiera ocurrido pronosticar.

Pero si hablamos de amor, mención especial merece ‘Émulo de la llama’, relato en el que el lector se siente bamboleado por una doble sensación de ser al mismo tiempo cómplice de la felicidad e intruso en la intimidad de una de las más bellas relaciones de pareja que jamás ha presenciado a través de esa vidriera en que se convierte el papel, cuajada de confesiones, de confidencias, de sentimientos, de compromisos, de declaraciones, de vivencias, de verdad. Porque con su lenguaje de terciopelo unas veces y de lanza que perfora hasta el tuétano otras, Olgoso inocula en nuestras venas el virus de la pasión más desenfrenada, del erotismo más carnal y elegante, de la adoración más desmedida, la que convierte a la mujer amada en Maravilla, Luz y Patria a la vez.

Continuamente se le erizan los vellos al lector, se le saltan lágrimas emotivas, siente ganas de estrujar el libro entre sus brazos, de colmarlo de besos mientras «añora todas esas cosas que no ocurrieron jamás pero son siempre». Y así llega a un broche que marrota quilates, donde Olgoso nos regala a guisa de coda un amasijo de ingeniosos títulos que son microcuentos en si mismos: «Una bandada de uñas volando hacia el iris, Tres domingos por semana, Dos ciegos ante una ventana fumando la pipa de la paz de Bresninikov, Espada de granizo...», junto a un ideario que confronta con muchas de las anotaciones que uno ha ido garabateando con su caligrafía apresurada y masticable mientras leía…

Porque en ‘Devoraluces’ al lector le queda la sensación de encontrarse ante una literatura escrita para ser disfrutada más que comprendida, edificada con una semántica ampulosa no apta para todos los públicos, pero que anima a seguir adelante en aras de la belleza, en lugar de recurrir al diccionario cuando una palabra atora el texto. Y así el autor «es consciente de su deficiente hospitalidad para con el lector cómodo. Aunque tal vez el activo encuentre su impulso disculpable».

Se trata también de una literatura fronteriza entre la narración y la poesía. Se puede leer en voz alta o escuchar con la mirada ciega sin discernir del todo si se está paladeando la prosa más sublime o el verso más estremecedor, y así reconoce el narrador su «libertad para cambiar de género, para cruzar distintos soportes…», y afirma que «mientras el escritor se encuentra limitado por su poder creativo personal, por sus sentimientos y opiniones, por su biografía, el lector opera al azar, elige el modo en que la imaginación se pone en escena, desata sus potencias, acota el marco, opta por el formato, demostrando que solo merece la pena el viaje que se hace con los ojos cerrados».

Precisamente, podría cerrar esta recensión apelando a otro ramillete de palabras opacas y plebeyas extraídas de mi zurrón; pero utilizaré el socorrido recurso del verbo soberano y centelleante del propio autor nazarí, que lo resume todo cuando dice que «situemos al lector ante lo incógnito, ante una ventana abierta al vértigo, ante un libro sin espacio, sin tiempo y sin personajes, un libro indeterminado, de vacíos contornos, sin existencia efectiva, hecho de pedazos de ensueño, un libro etéreo, y tan inefable que encierra en sí mismo el mundo fenoménico sin guardar nada».

Todo eso y mucho más es este deslumbrante fanal de luz; este libro que palpita en cada imagen, en cada metáfora, en cada verso; esta nueva joya de la narrativa contemporánea, que perdurará como un arrayán siempre en flor.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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