Luminaria, el faro de la noche negra

09/02/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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Os contaré otra historia de la infancia y la nieve. Por real me la repitieron y tiene toda la apariencia de serlo.

No había luz en los pueblos y menos aún alumbrado público. El último vecino del pueblo, el de la última casa con una ventana que miraba hacia la carretera que parían los montes, tenía una misión encomendada por la tradición comunal. Hacerse con luminarias, velas largas y gordas que aguantaran encendidas toda la larga noche, para tenerla prendida en esas noches negras de invierno o en las noches de grandes nevadas en las que el manto blanco, como el de la foto, borra todos los caminos.

La misión de la luminaria, de la casa, del encargado de la luminaria, era que en esas noches negras siempre hubiera una luz en el horizonte que guiara a los caminantes perdidos, a los que la nieve dejaba sin referencias para orientarse.

A cambio de encargarse de colocar la vela el comunal le colocaba en la casa dos ventanas, una interior y otra exterior, para que ninguna corriente apagara la luz.

Ocurrió que un año se adelantó la primera nevada, en exceso, a los primeros días de octubre y el encargado de las luminarias aún no las había comprado, solía hacerlo en las ferias de este mes que aún no habían llegado. En la noche un vecino regresaba de llevar ganado a Asturias, se perdió en la noche y en la nieve, le comió la oscuridad y murió congelado pues nadie sabía a qué hora iba a venir.

A su entierro no acudió el encargado de la luminaria. No podía hacerlo, al ir a su casa lo encontraron colgado en la oscura habitación de la luminaria.
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