Luis Carrizo recupera en un libro la tradicional matanza del cerdo

El autor mantiene vívidos los recuerdos de una matanza tradicional a la que asistió invitado a principios de los años noventa en Carrizo de la Ribera

Joaquín Revuelta
10/08/2015
 Actualizado a 16/09/2019
El autor, Luis Carrizo Medina, con la publicación entre sus manos.
El autor, Luis Carrizo Medina, con la publicación entre sus manos.
La biblioteca de La Virgen del Camino albergó el pasado 30 de julio la presentación del libro ‘Entre todos lo mataron (Un sanmartín en un pueblo de León)’, en el que su autor, Luis Carrizo Medina, como apunta en la contraportada de la publicación, no ha pretendido confeccionar ni un manual de matarifes ni una guía o vademécum para charcuteros, sino llevar a cabo "una sentida y meticulosa descripción de la forma en que nuestros padres, y  los padres de nuestros padres, sacrificaban a un animal sin otro fin que el natural de reponer fuerzas y alimentar a la prole".

El ritual de la matanza del cerdo constituye el hilo narrativo de esta publicación, pero lo que Luis Carrizo ha pretendido realmente con este libro es rendir homenaje a la generación de sus padres, "que tanto ha luchado y trabajado en la vida y que con medio gocho tiraban todo el año", asegura el autor, que está convencido de que le ha salido un libro muy leonés, a pesar de haber fijado su residencia desde hace años fuera de la provincia, actualmente en Alicante pero antes en Barcelona, donde nacieron sus hijos, porque además de sus vívidos recuerdos de una matanza tradicional a la que asistió invitado a principios de la década de los noventa en la localidad de Carrizo de la Ribera, por el libro se cuelan cigüeñas, peregrinos...

Un drama en nueve actos


No son muchas las publicaciones con que cuenta este doctor en Filosofía al que las necesidades de la vida le llevaron por los derroteros de las finanzas y los seguros y que con este libro revela la que tal vez ha sido siempre su verdadera vocación, la del pensador y escritor que en el caso que nos ocupa ha querido rescatar del olvido un rito secular al que las prisas, las tecnologías y la normativa vigente parecen haberlo condenado ya sin remisión. "Para matar un cerdo hay que alimentarlo, y quién se preocupa hoy en día de hacerlo", señala Carrizo, que ha estructurado ‘Entre todos lo mataron’ como si se tratara de un drama doméstico con un preámbulo y nueve actos en los que, no sin cierta ironía, habla de ‘el escenario de los hechos’, ‘los antagonistas’, ‘el gocho deconstruido’, ‘el arte de la artesa’ o  ‘la sustancia del humo’, entre otros aspectos vinculados a la tradicional matanza del cerdo, reservándose para el final una serie de ‘leonesismos’ que revelan el apego, pese a la distancia, del autor a su tierra.

El cariño y el humor con el que Luis Carrizo Medina ha pretendido abordar este ‘drama doméstico’ constituyen las señas de identidad de un libro que rehuye el reportaje periodístico para adentrarse en una descripción más literaria de un ritual que se ha ido perdiendo con el paso de los años y el cambio de hábitos y que potenciaba la convivencia entre vecinos y distintos miembros de un mismo clan familiar.

Los chillidos del cerdo, la sangre, la artesa en la cocina, el pimentón, la cebolla que picaba... son hoy recuerdos y sensaciones de tres días al año, generalmente en el mes de noviembre, que alteraban el ritmo habitual de la vida en los pueblos de la provincia. «La época de la matanza venía un poco supeditada al clima, que hubiera heladas para que el cerdo se orease y las moscas no estropearan la carne. La matanza que describo en el libro fue ya a finales de noviembre, pero hay gente que mataba en diciembre e incluso algunos lo hacían en enero.Lo que importaba es que el tiempo fuera seco», señala Carrizo Medina, para quien la matanza llegaba a cubrir las necesidades de una familia durante todo un año, pues, como es bien sabido, del cerdo se aprovechaba todo. "Guardaban la parte más recia para la vendimia y la siega, que eran épocas de mucho desgaste. Nada quedaba del cerdo que no fuera aprovechable, pues  con la vejiga los chavales hacían un balón y la pezuñas las metían en las brasas, éstas se esporpollaban y como si se tratara de palomitas de maíz se las comían", recuerda Carrizo Medina.    
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