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Luchando a la sombra

16/05/2015
 Actualizado a 17/09/2019
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Hace un año y medio escribí un artículo en el que contaba que mi madre tan solo le había concedido tres minutos a su cáncer. 180 segundos fue todo lo que tuvo esta maldita enfermedad para hacer mella en la señora Loly. Discurrido ese breve espacio de tiempo comenzó una batalla que terminó el pasado lunes día 11.

Y ustedes pueden pensar que mi madre sucumbió en esa cruzada. Pero no es así. La historia habla de batallas perdidas y guerras ganadas. Los 300 espartanos que defendieron el paso de las Termópilas en las segundas Guerras Médicas, ante los millares de persas que querían entrar en Grecia, perdieron en esa lucha. Pero con su acto de valor, hicieron que todos los griegos se unieran en Salamina para expulsar al ejército de Jerjes. Al que derrotaron al fin. Cuando el cáncer tapó hasta el último rayo de sol en la vida de mi madre, lejos de perecer, de abandonarse o bajar la cabeza, ella decidió luchar a la sombra. ¿Que no hay sol? pues a la sombra; pero luchó, peleó hasta que no le quedó ni un solo hálito. Y con su lucha, y con su muerte hizo algo más importante que ganar o perder. Dio una verdadera lección de vida, en el sentido más amplio de la palabra y con todo lo que ella conlleva.

Esta semana la doctora Susana García, su médico en los primeros meses, me escribía diciendo que María Dolores había sido la paciente más luchadora que había tenido nunca. Una persona quemiró y se enfrentó de cara a su grave enfermedad. Y así fue. Mi madre utilizó a su antojo el cáncer, siendo su excusa perfecta, para enseñarnos que la voluntad lo puede todo. El amor a la familia lo puede todo. Nos descubrió que la dignidad va más allá de toda clase o condición. Y también siguió demostrando que las mujeres que padecen esta lacra están hechas de otra pasta. Son, simplemente, diferentes.
Mi madre tuvo una vida plena. Con su vestido de lunares llegando al Val de San Lorenzo desde Madrid, siendo una veinteañera. Con lo mucho que disfrutaba viendo buen cine u obras de teatro. O con esas novelas históricas sobre grandes personajes. Saliendo a pasear, viajando, conociendo mundo. Amando a su marido y a sus hijos, a su nieto, también a la pequeñina que viene de camino. Una niña que estoy seguro traerá mucho de su abuela con ella.

Pero déjenme por favor que también hoy dedique, en este artículo, unas palabras a mi padre que durante estos meses ha mirado, sentido y vivido por su esposa. Creo que por fin he logrado aprender el significado de la palabra ‘Amor’. Una palabra que ha cobrado nueva vida y nuevo significado para mí. Gracias papá por enseñármela. Ahora es el momento que los demás te devolvamos lo que tú nos has dado. Vas a iniciar un nuevo viaje. Con la pena y el recuerdo, pero también con la valentía que ya has empezado a esparcir por todos nosotros.

Y a ti señora Loly. Mamá. Gracias, gracias y mil gracias. Por todo. Intentaré portarme todo lo bien que pueda y le daré duro al inglés, como tú querías. En la cuestión de tomar hidratos por la noche, eso lo vamos a tener que seguir negociando. Procuraré que papá no pique entre horas y que Estefanía no salga a la calle con la barriga al aire, su riñón se lo agradecerá. También intentaré despejar de mocos, de una vez por todas, la nariz de tu nieto que tú nunca pudiste ver limpia. Te prometo, mamá, que nos cuidaremos unos a otros como tú lo hiciste. Con tu presencia perenne siempre en nuestras vidas. Tu recuerdo y tu enseñanza de vida es el gran patrimonio que nos dejas. No te queremos mucho. Te queremos absolutamente todo.

Luchando a la sombra.
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