Lot necesita casa en León

23/11/2018
 Actualizado a 09/09/2019
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Cada vez que miramos para atrás y encontramos batallas en el retrovisor de la pequeña historia de nuestros pueblos resulta que siempre las ganamos, o cuando menos eso celebramos. A franceses, romanos, ingleses o lo que se nos ponga por delante; da igual Almanzor con toda su leyenda –al que engañamos con unos hoyos en Camposagrado– que el mismísimo Napoleón o todo un Auguste François-Marie de Colbert-Chabanais, que sólo el nombre ya impresiona. Pues todos cayeron ante el empuje de los ejércitos legionenses.

Cuando miramos a nuestros reyes y reinas encontramos que no los hubo más listos, ni más guerreros, ni más audaces, ni más dignos de entrar en la historia por la puerta más grande que tenga.

Y adoramos orgullosos hasta sus enaguas o el cáliz en el que bebieron por última vez el vino de las contiendas. Que a batallas ganadas, en la historia, no nos gana nadie.

Mirando para atrás somos los mejores. Pero cuando nos dimos cuenta las batallas las teníamos hacia adelante, enfrente, en nuestras mismas narices, en las minas, Vestas, la Feve o ahora la tienda que nos vendía tornillos sin necesidad de hablar con ningún ferretero.

Y resultó que para estas batallas no teníamos ni soluciones, ni guerreros, ni reyes como aquellos... ni a nadie. Y las perdimos todas, más las que vengan.

Qué falta hacía que cuando nos empeñemos en mirar hacía el pasado nos convirtiéramos en estatuas de sal; es decir, le pusiéramos casa a Lot.
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