Los votos no huelen

Juan Carlos Lorenzana (Zana)
08/05/2020
 Actualizado a 08/05/2020
En estos tiempos la política, y todo lo demás también, se juega dentro de los cánones de «la modernidad líquida», ese concepto que tan extraordinariamente explicó Zygmunt Bauman. Nada perdura, todo es individualista, temporal e inestable, todo carece de solidez. Todo, incluso la argumentación, es volátil y con fecha de caducidad. Y, además está sujeta a la dictadura de los 140 caracteres (Twitter) o un simple fotomontaje(meme).

No hay memoria, ese asentamiento sólido desde el que el humano madura, crece, evoluciona, porque estamos ‘infoxicados’, intoxicados de información, y no hay mente humana que retenga una avalancha así de datos.

A eso juega, con nosotros, la derecha económico-política, a tenernos entretenidos a base de mentiras la mayor parte de las veces, o, directamente, sembrando odio y división. Un juego peligroso en el que, parafraseando a Antonio Machado, el pueblo pondría la sangre con la que comprar la patria, para salvarla de esos señoritos que no hacen otra cosa que invocarla yvenderla.

La pandemia que nos está azotando, en estos momentos sanitariamente, después económicamente, está intentando ser aprovechada por la derecha para ganar votos, al coste humano que sea. Es duro decirlo, pero es lo que están haciendo. Sus movimientos están dados con el único objetivo de coger votos, aunque sea dentro de los ataúdes de las miles de víctimas de esta pandemia, no les hacen asco, en definitiva, los votos, como el dinero, no huelen (pecunia non olet, que le dijo Vespasiano a su hijo Tito).

La posición de la derecha fue fijada por Aznar, a través de la FAES, y la siguen, a pies juntillas, VOX y el PP, en ese orden. Casado anda desencajado, siempre va a remolque.

La estrategia de Aznar tiene sus fases, como las diseñadas por el gobierno para luchar contra el Covid-19, pero la de la derecha no busca derrotar al coronavirus, busca, atentos al verbo, derrocar al gobierno.

En una primera etapa su estratagema fue llenar de mentiras la Red. Bulos y más bulos. Su objetivo fue crear desconcierto, dudas. La implantaron durante las tres primeras semanas. La principal mentira fue la de implicar a las mujeres, a la manifestación del 8M, en la expansión del virus. Dijeron más barbaridades, pero esta, por lo misógina que es, se lleva la palma.

De la cuarta semana a la séptima, o sea entre el día 20 y el 40 de confinamiento más o menos, iniciaron la segunda fase. Estigmatizar, ridiculizar, a los expertos que asesoran al Gobierno y, con ello, al mismo Ejecutivo. Se hartaron de decir que no están preparados, que debía imponerse, ese es el término que usaron, un gobierno de concentración presidido por Aznar, (o Felipe González), o por expertos tecnócratas que ellos nombrarían. Se lo pidieron subliminalmente al rey y, cuando éste dio la callada por respuesta (que cada uno analice a su manera el silencio real), se lo pidieron al ejército (que, afortunadamente, también les ignoró).

Así llegamos a la tercera fase de «escalada al poder» diseñada por la derecha extrema aznariana. Aquí tienen preparados dos planes.

Plan A: si el descontento creado por las fases 1 (bulos y mentiras) y 2 (amenaza de golpe de Estado) ha creado el ambiente propicio, colocar un Gobierno de tecnócratas, que no se vayan a presentar a elecciones futuras, que tomen las medidas más duras, las que beneficien al capital en contra de las personas. Y que les prepare unas elecciones en las que la izquierda estaría desahuciada por «incompetente», y que ellos, la derecha extrema o la extrema derecha, tanto monta, ganarían y así continuar aplicando las durísimas medidas impuestas, (impuestas, claro está, por culpa de la mala gestión del Gobierno de coalición PSOE- Unidas Podemos). Y ahí estarían, no lo dude nadie, al menos durante diez años gobernando rica (para ellos) y «democráticamente».

Plan B: si las fases 1 y 2 no han dado el resultado esperado, como parece está sucediendo (aunque aún es pronto para saberlo, ya que todo es muy cambiante, muy líquido), la estrategia pasaría por arrancar el ventilador y esparcir la porquería para que ensucie a todos los políticos. Empezar a colocar a «todos» al mismo(sub)nivel (cómo les gusta eso de todos son iguales). En definitiva, emponzoñarlo todo para apartar a las personas de la toma de decisiones y alejarles de las urnas, (atentos porque siempre nos quedamos en casa los mismos, ellos, la derecha, siempre vota y siempre se vota a sí misma).

En esas estamos, padeciendo a una derecha que en lo social añora el nacionalcatolicismo franquista y en lo económico está esperando, como diría el ‘tío Miltie’ Friedman, desarrollar en toda su crudeza «el ladrillo» que hasta hace poco era políticamente imposible y ahora, gracias al odio y la mentira, ya sería lo políticamente inevitable.
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