Los últimos pensamientos

José Ignacio García comenta el libro de Juana Salabert 'Atentado'

Jos
26/02/2022
 Actualizado a 26/02/2022
La autora Juana Salabert.
La autora Juana Salabert.
 ‘Atentado’
Juana Salabert
Alianza Editorial
Novela
216 páginas
16,95 euros

Ahora que, después de año y medio, ustedes, amigos lectores, y yo nos hemos cogido cierta confianza, permítanme que les haga una confesión. Hace casi una década estuve a punto de morir. Solo un milagro inexplicable lo impidió. Quizás porque toda regla tiene su excepción. Y yo, desde entonces, para la especialista pulmonar que sigue tratándome, soy su «excepción científica».

No estuve al límite de lo irreversible por culpa de un atentado islamista, como les ocurre a los protagonistas de esta coral narrativa; pero como ellos, durante unos instantes que se me hicieron eternos, hice balance de mi vida, recordé a personas que me habían hecho daño y a otras de las que me iba a doler no despedirme sin darles un adiós o una explicación; se me vinieron a la mente recuerdos inimaginables, momentos que algo tenían de esperpéntico, me invadió la impotencia más desoladora ante lo que se me hacía evidente e inevitable y, antes de perder el conocimiento, solo se me ocurrió pensar en quién iba a encontrar mi cuerpo, caído en la cocina de mi casa, días después, cuando las personas con las que me codeaba a diario me echaran en falta.

Quizás porque me he sentido tan identificado con sus personajes, me ha gustado tanto ‘Atentado’, la nueva novela de Juana Salabert, publicada por Alianza Editorial.

Pero bien sé que no ha sido solo por eso. En realidad, la conmoción que me embarga tiene que ver con la magnitud argumental de la obra, con el manejo de una prosa tan bella como electrizante y adecuada a la historia que la autora quiere contarnos, descarnada, sin adornos ni oropeles, y –sobre todo– tiene que ver con el retrato pormenorizado de los personajes que ocupan un cadalso que se desintegra en poco más de treinta minutos, una soleada mañana de agosto, en esa ciudad creada por Salabert, que se llama Finis, y que con anterioridad aparece en otras de sus novelas.

No desbarataré el final si advierto que en ‘Atentado’ todos los personajes, los que matan muriendo y los que mueren bárbaramente asesinados, están categóricamente condenados de antemano. No es ese el misterio que hay que desvelar. El enigma, la trama, se esconden en cada personaje, en sus biografías precedentes, en sus vivencias, en sus recuerdos, en sus miedos, en sus remordimientos, en sus cuentas pendientes, en los resortes del destino que han conducido allí a los verdugos y en las casualidades del azar que han puesto al alcance de las balas y las bombas a las víctimas. Incluidas las que afrontan su primer día de trabajo o las que nunca debieron estar allí.

‘Atentado’ narra una historia imaginaria en un escenario figurado, pero los hechos nos recuerdan a una sangrienta amalgama que nos lleva a las torres gemelas neoyorquinas o a las estaciones de Madrid o a las ramblas de Barcelona o a la sala Bataclán o a la sede de la revista Charlie Hebdo en París. Incluso la barbarie etarra saldrá en algún momento a colación, para privar a una madre de otro de sus hijos.

Si fuera una película, hablaríamos de que la primera parte del rodaje sucede en exteriores y la segunda en el interior de un teatro imaginario que acabará estallando por los aires. A partir de ahí, cada capítulo está protagonizado por varios de los personajes e, inevitablemente, esos capítulos se entremezclan a la hora de reproducir determinadas escenas.

El inicio de la novela, la manera en que uno de los jóvenes terroristas islámicos «recompensa»› la hospitalidad y el cariño con que su tía lo acoge en su domicilio, hace que al lector se le revuelvan las tripas y sirve de aviso para todo lo que está por llegar. A partir de ahí, un atropello masivo en una concurrida avenida y la toma de rehenes en un teatro, capitalizarán el devenir de una masacre plagada de matices y de secuencias memorables, de instantes dantescos y de pinceladas heroicas o conmovedoras.

Se pregunta la autora en el ecuador de la novela si alguien que está a punto de morir, que sabe que lo van a matar, puede mantener la cordura, el decoro, el más mínimo sentido de la equidad y la justicia; si en esas circunstancias será capaz de comportarse dignamente. Y, a modo de respuesta, comparte con nosotros los últimos instantes de los que disparan o esgrimen machetes y de los que sirven de diana. Porque en todos ellos, como antes insinuaba, se ocultan los verdaderos entresijos que el lector debe discernir para disfrutar de una obra que, por desasosegante, no deja de ser luminosa.

A lo largo de sus doscientas páginas, transitan por la novela terroristas fanáticos que sueñan con mundos inexistentes, con paraísos desbordados de leche y miel y abarrotados de huríes fabulosas, o que sienten la fascinación de la muerte, de ese misterio que prevalece en el último segundo de la transición de un estado al otro, entre jadeos, estertores y silencio. Algunos de estos islamistas son visionarios hasta las últimas consecuencias, pero quizás haya alguno que se ha dejado arrastrar por las circunstancias y que, en el instante crucial, sienta un hálito de piedad y cómo los remordimientos perturban su conciencia.

Y luego está el otro bando, el de los masacrados, el de la niña de seis años que debería estar en un parque temático con sus primos y no lo está por un castigo de su abuelo, o el matrimonio holandés que debería haber disfrutado de la jornada soleada en la playa, o el ciudadano valiente que planta cara a uno de los exterminadores, o el circunstancial empleado de un quiosco que se resiste a enfrentarse a una muerte que quizás unos días antes hubiera deseado, o la guía del teatro que debuta esa mañana en su puesto de trabajo, o la policía que sale por primera vez a patrullar y tiene que desenfundar su arma para demostrar su infalible puntería.

Esas personas y otras más, y los secretos que atesoran en su caja de caudales interior, son las verdaderas protagonistas. Y, por mucho que lo parezca, con estas pistas que dejo escritas no he hecho más que rascar el caparazón de sus personalidades. Al lector le corresponde leer y descubrir, como me ocurrió a mí hace casi una década, como le sucede al turista holandés que capitaliza algunas páginas en el ocaso de la novela, cuáles serán los últimos pensamientos de quienes integran el elenco de este magnífico artefacto explosivo.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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