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Los sufridores

02/04/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Lo peor de tener que soportar a Piqué es, con diferencia, cuando tiene razón. Sería más lógico verle jugar a él y escuchar cantar a su mujer, pero la pareja se ha empeñado en cambiarse los papeles y parecen tener más éxito cuando se le escucha a él y se la ve a ella. El otro día, después de un partido memorable de la selección, Piqué hizo exhibición pública de todos sus complejos (que son los mismos que los de la mitad de sus paisanos, potenciados por el ombliguismo catalán y por quienes, en estos últimos años, han utilizado Cataluña para hacer política en el resto del país), le quitó todo el protagonismo al resto de sus compañeros, alimentó teorías conspirativas, vio la paja en el ojo ajeno sin mirar la viga en el propio y, también, dio en el clavo: los hilos de este país se mueven en el palco del Santiago Bernabéu. En realidad, permítame Piqué que le matice, los hilos de este país no se mueven en el palco, donde sólo van los que quieren lucirse como quien posa en un escaparate o, qué sé yo, puja por un paso en Semana Santa, sino lejos de los focos: en los reservados donde hay violinistas de los que, en vez de ponerle banda sonora al partido, cortan lonchas de Joselito. Así es como se entiende que en este país se empiece hablando de la privatización de la sanidad en Valencia, del conflicto de la basura en la provincia de León o de un sindicalista felizmente libertado en Valladolid y se acabe hablando de Florentino Pérez. Parece que está en todas partes. Ya lo dijo Butragueño:«Es un ser superior». En León, los hilos de la provincia, más bien los hilos de su capital, también se movieron durante muchos años en el palco del campo de fútbol. El Ayuntamiento de León, en su intento por que el equipo ascendiera, llegó a contemplar la posibilidad de celebrar las comisiones de urbanismo en ese palco, ante la cantidad de constructores que se iban sucediendo en la directiva. Entendían de fútbol, pero a su manera: cuando el entrenador mandaba defender en zona, ellos se repartían las parcelas de La Lastra. Luego estalló la burbuja y se quedaron todos en fuera de juego en forma de impagos, concursos de acreedores (que hicieron extensibles al club) y acusaciones de apropiación indebida. Por suerte las cosas han cambiado mucho desde que juega la Cultural y Deportiva Leonesa y Catarí, que está dando lecciones en lo deportivo y en lo administrativo. En lo deportivo lo demuestran el juego y los resultados, y en lo administrativo una fórmula que antes resultaba incomprensible: no todo es cuestión de dinero y no es lo mismo contratar a un futbolista que a un albañil. El resultado es que se reavivan los sueños tantas veces convertidos en pesadillas y se empiezan a llenar las gradas, en las que surge ese inconfundible carácter leonés («aquí, a ver a estos mataos») por el que los más fieles aficionados, que han sido durante años algo así como aquellos sufridores del 123, parecen recelar de que lleguen nuevos espectadores tras el rastro de las victorias, como los habitantes de los pueblos a los que les molesta que, con el buen tiempo, lleguen veraneantes a aparcar sus coches en las sombras, acabar con el agua y protestar por el olor a vaca.
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