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Los senderos del odio

18/03/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Lo que ha sucedido en las antípodas, en las últimas horas, al igual que otros atentados anteriores (de cualquier signo, con cualquier firma), muchos de ellos en suelo europeo, nos recuerdan que vivimos un tiempo en el que el odio viaja de un lado a otro de la Tierra, a gran velocidad, manifestándose en un lenguaje crudo que muestra, sobre todo, los senderos cada vez más transitados de la intolerancia, la intransigencia y la intimidación. Me temo que hemos dejado crecer ese mal sin preguntarnos hasta donde llegaría su daño. En poco tiempo, la vida no se parece al pasado. La tecnología, tantas veces lo hemos comentado aquí, nos ha cambiado. Ha cambiado la existencia cotidiana, ha modificado la forma de comunicarnos y la forma en la que obtenemos información. El uso de la tecnología ofrece grandes bondades, pero en medio de ellas siempre se puede colar la semilla del odio. Con una educación adecuada, los ciudadanos deberíamos ser capaces de detectar los engaños, de evitar toda esa enorme manipulación que parece no detenerse ante nada. Hay un polen agresivo, violento y excluyente en el aire y de ese polen nacen las acciones que otros transforman en violentos raptos de locura, en chispas que prenden fuego en medio de un ambiente propicio para la tormenta. Las posturas brutalistas que hoy abundan en el mundo, incluso propiciadas desde algunos liderazgos, terminan envenenando algunas cabezas, porque el ser humano, después de todo, es frágil y moldeable, capaz de agarrarse a un clavo ardiendo si le dicen que ese clavo salvará el mundo. Y de los salvadores del mundo, líbranos, Señor.

De la misma forma que muchos jóvenes y adolescentes están acorralando a los estados insolidarios con sus protestas semanales contra las políticas del calentamiento global, los ciudadanos (aunque es verdad que los adultos nos movemos menos y peor que los jóvenes) deberían censurar gravemente la actitud de los políticos que proponen una y otra vez políticas de exclusión. Y, además, envalentonados, lo hacen cada vez con palabras más duras e intimidatorias. Sin duda, contribuyen a fomentar la siembra del odio hacia los otros. Son una muestra de ciertas formas de autoritarismo que se están poniendo muy de moda («mano dura es lo que hace falta», suelen decir lo que carecen de otras ideas más elaboradas). Aunque siempre estuvo ahí, hoy es muy fácil diseminar y contagiar el odio, lo estamos viendo cada día. Las redes sociales y las ingenierías mediáticas, hábilmente pastoreadas, pueden llevar a cabo una ingente labor de manipulación social. Está pasando. Es fácil torcer en una dirección concreta la opinión de la gente, sobre todo de aquellos que prefieren abrazar las soluciones rápidas y contundentes, no pocas veces soluciones simplonas o ridículas, que abominan de los discursos elaborados y de la opinión de los intelectuales. Aquello de arreglar el mundo en dos tardes es algo que se nos vende con alegría, intentando destruir cualquier postura que prefiera el debate razonable. Se ha convencido a muchas personas (y el proselitismo sigue) de que el debate sobre la construcción del mundo ha sido hurtado por las élites, y, a cambio, se promueve la simplificación y la felicidad a manos llenas, siempre, por supuesto, imponiendo algunas verdades absolutas de las que no se puede dudar, anulando de raíz el espíritu crítico y fomentando una sociedad dogmática.

Lo dogmático tarde o temprano acaba mal. La falta de flexibilidad es el antídoto de la felicidad. No es de extrañar que, según los despachos que llegan de Nueva Zelanda, el presunto causante de la matanza no fuera alguien particularmente conocido, sino un ciudadano poco menos que anónimo, de perfil bajo, aunque muy armado (con licencia, pero muy armado). La siembra del odio termina germinando en alguna parte, además de generar frustración en muchas personas, que, adecuadamente manipuladas, pueden llegar a confundir unas cosas con otras, a mezclarlo todo en un crisol de odios y resentimientos. Así empieza lo malo. Una de las características de los senderos del odio que atraviesan las redes y no pocos discursos propagandísticos que se cuelan por aquí y por allá es precisamente la confusión. Ese intento de difundir la idea de los miedos borrosos e inextricables, esa idea de que todos nos sentimos presos de los miedos del mundo y de que nuestros problemas son, sin discusión, causados por los demás. Hoy, el que no comulga con ideas prefabricadas, no sale en la foto. Se agita entonces el fantasma del miedo, y en nombre del miedo mueren cada día muchas libertades.

Ya ven que la violencia puede venir de muchos lados y que las posturas extremadas, cargadas de despecho, pueden tener muchos orígenes. Y, sin embargo, el común de los ciudadanos es pacífico. La mayoría está lejos de esa pútrida corriente de rabia y de odio en la que hoy parecen nadar, o más bien chapotear, algunos. Pero basta con que la semilla del odio se deposite en los lugares adecuados para que el resultado se convierta en tragedia. Lo que vemos, en la superficie de estos ríos que albergan lo más crudo del pensamiento humano, es la ira interesada. Nada de lo bueno de la gente, que es mucho, parece aflorar. Se ha envenenado la existencia y ese veneno hoy puede infiltrarse con más facilidad que nunca. Lo positivo, al parecer, no existe. La calma no interesa. Nos quieren furiosos. Nos quieren airados. Nos quieren enfrentados. Nos quieren infelices.

No extraña que vivamos tiempos de búsqueda desesperada de la culpa. La compasión ha desaparecido de nuestras vidas. Incluso se advierte en los discursos políticos más cercanos, donde, como ya sucede en esta precampaña electoral, el lenguaje es durísimo, a menudo parece despreciativo, no se concede ni agua al adversario. Hay una ausencia notable de matices. Todo se reduce a lo malo y lo bueno, con una simplificación infantiloide que, al parecer, muchos están dispuestos a comprar. Esta forma de hacer política, que nada quiere saber de los otros, es nueva, y creo que refleja la realidad de una sociedad inflamada que algunos alimentan, una sociedad que sólo busca culpables, una sociedad ofuscada, alterada, camino del desastre. La profusión de pantallas está contribuyendo quizás a esa mirada rápida y simplista. Todo viaja a gran velocidad, los mensajes superficiales se abren camino, y la complejidad, que es la esencia del mundo, como la diversidad, se elimina de un plumazo. Los senderos del odio se han multiplicado y me temo que se asemejan ya a un laberinto sin salida.
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