Los sembradores de cizaña y odio

Por Valentín Carrera

19/11/2018
 Actualizado a 19/09/2019
Fotograma de Marlon Brando en la película ’El Padrino'.
Fotograma de Marlon Brando en la película ’El Padrino'.
Parece innecesario tener que explicar a estas alturas que estoy radicalmente [hasta la raíz] en contra de cualquier terrorismo, y más en concreto, para que no quede resquicio, en contra del terrorismo de ETA, cuya violencia condeno sin excusas. ¿Alguien lo duda? Parece que hay un cobarde anónimo que sí.

No haría falta esta declaración de principios No Violencia, si no anduviera por ahí un libelo infamatorio sembrando cizaña y odio, publicado sin dar la cara, sin firmar. Un manipulador, emboscado en el anonimato, que intenta criminalizarme como «un berciano que apoya el terrorismo». Es una calumnia intolerable, sobre la que me reservo las acciones legales que correspondan.

Llevo más de cuarenta años trabajando en prensa y medios, firmando siempre con mi nombre, dando la cara, aunque de vez en cuando me la partan. En miles de artículos publicados, jamás he apoyado o justificado ningún crimen terrorista.

La bazofia difundida sería para echarse a reír, si no fuera que el terrorismo es un asunto demasiado grave, que ha causado tanto dolor, como para permitir que nadie haga este tipo de insidias bastardas. Con el dolor de las víctimas, ninguna broma, señor Anónimo.

Lo repito: nunca he apoyado a ETA ni a Otegi ni nada parecido. Comunicar una noticia o una opinión de interés informativo en una red social –en este caso un tuit de Otegi sobre la sentencia del Tribunal de Estrasburgo– no significa que tenga la menor simpatía por este señor. Sería tanto como decir que son etarras los jueces europeos que han dictado esa sentencia o que son filo terroristas los que retuiteen la noticia.

Yo solo soy responsable de los artículos y tuits que escribo, y los firmo sin esconderme; y si en alguno metiera la pata, lo que es humano, sé escuchar y rectificar, pero no es el caso, porque no he escrito nada apoyando a Otegi, ni ahora ni nunca.

¿Por qué entonces este ataque, poniéndome en la diana pública como cómplice de terroristas?: Para hacerme daño.
La difamación gratuita nada tiene que ver con Otegi: la cuestión es aprovechar un tuit ajeno para desprestigiarme. Inventar «un llamativo apoyo berciano a Otegi»,  que solo existe en la mente del señor Anónimo, e insinuar a renglón seguido que sufriré represalias económicas («Le resultará complejo cobrar ayudas públicas»), y correr a contarlo por wasap a algún cargo político… es una invitación a prevaricar. Y una amenaza (¡Hola, señor Fiscal!).

Este ataque teledirigido no es casual ni aislado: viene por mi actividad como miembro de la ong Bierzo Aire Limpio, por nuestra oposición a la incineración de basuras tóxicas en El Bierzo y en cualquier parte del mundo. En las últimas semanas, unos pocos maleducados me han llamado en las redes «gilipollas» y otras lindezas, me han ofrecido públicamente «unas ostias» (estos sí son violentos: ¡Hola Policía!), y se han metido con mi familia y con mi padre, respetable abogado de 92 años, de trayectoria intachable.

Esto no me había ocurrido en cuarenta años como periodista: es a partir de mi posición en defensa de un modelo de desarrollo sostenible para El Bierzo, luchando contra la incineración en Cementos Cosmos o contra la macrobasurera de Forestalia.

Algunos están calentando las turbinas del odio, de la persecución o de la amenaza (como la demanda intimidadora de Cosmos). La mafia trabaja con listas negras.

Pero se equivocan quienes siembran difamación y odio. Ser ecologista significa ser pacifista, comprometido con la paz. Mis referentes éticos son Gandhi, cuya Autobiografía es libro de cabecera, Martin Luther King y Nelson Mandela; pero también Thoreau y su necesaria desobediencia civil.

El tiro en la sien es repugnante hasta la hiel –aun me estremece recordar la noche que pasamos en vigilia, aferrados al último hilo de esperanza, anhelando la liberación de Miguel Ángel Blanco–; pero hay otros tipos de terror, producidos por fábricas asesinas: Union Carbide mató a 4.000 personas en Bhopal y dejó a otras 50.000 gravemente enfermas. El derrame nuclear de Chernóbil afectó a millones de personas. Y cada día matan a cientos de trabajadores en el Amazonas, para que alguna empresa importe por el puerto de Vigo su «madera de sangre». Esos también son terroristas: contra la vida de las personas y contra el planeta Tierra, contra esta generación y contra las que vendrán.

La quema de residuos urbanos, la incineración de neumáticos, los ríos ahogados en basura, los montes de Laciana convertidos en escombreras, las toneladas de plásticos que ingerimos, el aire envenenado que respiramos de chimeneas cercanas, los herbicidas y plaguicidas a mansalva, el chapapote del Prestige, las minas a cielo abierto, los incendios forestales impunes… son otras tantas formas de matarnos, son modos de violencia estructural contra las personas y contra nuestra casa común, la Tierra.

Ustedes, los mafiosos que cobran por defender a empresas sin escrúpulos –incluido algún pseudo periodista mercenario– son los verdaderos violentos. Yo soy un simple pacifista, enemigo de toda violencia, enamorado de Gandhi y Mandela, defensor de la libertad, de la salud de las personas y del respeto a la Naturaleza. Sí, ya lo sé, soy un ingenuo, pero no les voy a poner la otra mejilla ni me voy a callar. ¡Arriba las ramas!
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