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Los rostros de la risa

08/05/2022
 Actualizado a 08/05/2022
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¿A quién no le gusta que le rían las gracias? Te crees entonces que eres un tipo agraciado. Pero te sientes desgraciado, incluso ofendido, si se ríen de ti.

Antiguamente, «risa» era en la península ibérica sustantivo masculino, por provenir del latín «risum». Pero desde el siglo XV, merced a que los hablantes del lado castellano comenzaron a ponerle faldas, bragas y sostén, la risa se afeminó del todo. Como también «sangre» (masculino en latín «sanguis»). En la parte portuguesa, por ser más respetuosa su lengua con la masculinidad de sus orígenes latinos, se dice «o riso» y «o sangue».

Sentaba Aristóteles la tesis de que la risa distingue al hombre de los otros animales. Sin embargo, el concepto helénico de la risa no era uniforme. Semejante a los lapones que aplican al hielo términos distintos, el griego antiguo tenía tres vocablos para expresar la idea general de la risa o, más exactamente, tres verbos diferentes caracterizados por una tonalidad semántica especial, equivalentes a «reír», «sonreír» y «carcajear». El primero (gelao) ligábase a cierta alegría en el rostro; el segundo (meidao), cuando ese fulgor estaba ligeramente esbozado; en el tercer caso (casajao), la imagen visual del rostro daba paso a la acústica del oído. Mientras los dos primeros términos estaban asociados a la idea de «brillo», «lustre», o cierto «resplandor» en el rostro, y tenían una apreciación positiva; en cambio, la risa «sonora» y «estridente del tercero era siempre vituperable y relacionada con lo inferior del comportamiento humano.

Contra lo que pudiera parecer a simple vista, la risa y el humor son cosas «muy serias». Entre lo cómico y lo trágico, como ocurre con el amor y el odio, el sabor y el sinsabor, hay extrañas concomitancias por delimitarlos una frágil pared medianera. Lo alegre llega a confundirse con lo triste en ciertas situaciones frente a las cuales no sabemos si reír o llorar. El gozo y el dolor brotan en el espíritu, como los pétalos y las espinas en la misma rosa. La risa es placentera a la vez que maliciosa. Lloramos de pena o de alegría y reímos por diversión, pero también hay una risa nerviosa por tensión o confusión. En la risa, como también en el lloro, hay una descarga de energía excedentaria, como señala Freud al hablar del chiste; o en palabras de Bergson –que escribió un célebre ensayo sobre la risa– el humor acompaña a la inteligencia, pues es la facultad para establecer relaciones donde no las hay y para deshacerlas donde ya existen. Y, para Nietzsche, la risa es una cualidad de los hombres superiores, viendo su origen como único remedio del hombre para superar muchas amenazas y los muchos miedos que ha de sufrir en el mundo.

Cuenta Pedro Cieza de León, en su «Crónica del Perú», que en la provincia de Paucura vio matar hartas veces a indios sin rechistar ni pedir misericordia, y «...antes algunos se reían cuando los mataban, que es cosa de grande admiración, esto más procede de bestialidad que no de ánimo». Lo que es cruda realidad testimoniada, puede pasar en el anónimo chiste a la figuración no menos cruda con la intención de provocar risa. Como cuando al pobre explorador europeo que ha sido ‘cazado’ por una tribu caníbal africana y está ya dentro de la olla hirviendo a todo meter, uno de los indígenas le aporrea en la cabeza insistentemente. Entonces, otro de los menos incivilizados de la peña le amonesta diciendo:

–No le golpees más, joder, no ves que ya tiene bastante sufrimiento. – A lo que el otro le replica: – ¡Coño, pero no ves que se está comiendo las patatas!
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