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Los restauradores de catedrales

09/02/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Cuando estudiaba en la Escuela de Arquitectura de Madrid me llamó la atención que en las paredes de la biblioteca hubiera unos cuantos planos enmarcados con diferentes fachadas de la Catedral de León, entre ellas, la actual. Eran las propuestas para la reconstrucción. Ni idea tenía de los avatares de la Pulchra Leonina. Y me temo que eso mismo les pasa, hoy, a la gran mayoría de los leoneses. No digo ya al resto de españoles o del mundo mundial.

Porque es casi milagroso que tengamos catedral, y muy poca gente es consciente de ello. Presumimos de un edificio maravilloso, alegre e impresionante, pero no valoramos en toda su importancia todo lo que se ha hecho para que sea así.

Fue levantada sobre restos de las termas romanas sobre las que, a su vez, se edificó el palacio de Ordoño II, y sobre aquello, con mucha voluntad y ganas, que era la manera con que entonces se enfrentaban estas cosas, con un montón de fe y mucho, mucho tiempo, sin saber muy bien como había que hacerlo, pero haciéndolo, se levantó la catedral.

Hoy sabemos cómo funcionan los arcos, las bóvedas, las cimentaciones y todos esos elementos necesarios para los edificios de entonces, entendiendo por entonces todos los estilos que se han sucedido en el tiempo hasta casi nuestros días. Pero entonces… ¡Ay, entonces!

La humanidad ha avanzado y progresado, y aún hoy lo sigue haciendo, con el sistema de la prueba y el error, en todos los campos, y la construcción no iba a ser menos.

Los edificios se levantaban… y si no se caían, pues mira que bien. ¿Y si se caían? Pues se volvían a levantar. Por poner un ejemplo quizás límite, la enorme cúpula de Santa Sofía de Constantinopla se levantó seis veces, y seis veces se cayó, pero a la séptima se mantuvo en pie. Y así ha llegado hasta hoy.

La Catedral fue el resultado del mismo procedimiento, quizás no tan dramático, pero igual.

Mal cimentada, sobre aquellos restos romanos y románicos, ya durante la construcción se generó la historia del gran topo (ese que disecado dicen está a la izquierda nada más entrar), que derribaba por la noche lo que se levantaba por el día, con una piedra de calidad muy baja, traída en carros muchas veces como penitencia para purgar los pecados de confesión, durante siglos se levantó por maestros de obra con su mejor saber y entender.

Y se mantuvo otros cuantos siglos pasándolas canutas, el edificio claro, de deterioro en deterioro y reparación en reparación, incluida la sustitución de la bóveda del crucero, despropósito casi final que a instancias del Cabildo Catedralicio realizó Juan de Naveda en el siglo XVII, eliminando la gótica antigua. Aquella bóveda gótica, que en realidad eran dos arcos ojivales cruzados con relleno entre ellos que descargaban en cuatro puntos, se sustituyó por una bóveda barroca semiesférica, de las que se llevaban entonces, que descarga en todo su perímetro, algo estructural incompatible con el edificio. Hoy está claro que eso era una barbaridad, pero entonces… La prueba y el error, al fin.

Añadámosle que, como alguien dijo, la catedral de León es un primoroso y enorme conjunto de vidrieras con unas piedras, pocas, alrededor, y llegaremos a mediados del siglo XIX al borde del derrumbe total.

Por suerte, tomada conciencia de la situación de semirruina, después de bastante alboroto a nivel nacional, fue declarada monumento nacional, el primero por cierto, con lo que las obras, de enorme envergadura e imposibles de acometer por medios privados, obligatoriamente se costeaban con cargo al erario.

Y eso la salvó. Eso, cuarenta años de trabajos, seis arquitectos consecutivamente (Matías Laviña, Andrés Hernández Callejo, Juan Madrazo, Demetrio de los Ríos, Juan Lázaro, y Juan Torbado), y una enorme voluntad para vencer problemas de todo tipo, administrativos incluidos. Nada nuevo bajo el sol.

Visto desde aquí y ahora, y desde un punto de vista absolutamente técnico, la obra impresiona.

En primer lugar, hace ciento cincuenta años (y menos también), las estructuras resistentes tenían mucho de intuición y poco de cálculo, por lo que había que echarle mucho valor y práctica para levantar esos arcos y bóvedas tan airosas y estilizadas. Quizás alguien recuerde la exposición que en la Casa de Botines hubo sobre Gaudí. En ella, había un modelo estructural de la Sagrada Familia a base de saquitos de arena que simulaban cargas, y cuerdas que simulaban los arcos. Y ese fue todo el cálculo a principios del siglo XX.

Así que, manos a la obra, se empezó por montar un impresionante sistema de apeos y andamiajes para asegurar el edificio (la fachada oeste estaba peligrosamente vencida hacia la plaza y el interior, bóveda incluida no estaba mejor), para poder proceder al desmontaje piedra a piedra y vidriera a vidriera y así rehacer las fachadas sur y poniente, trabajo que luego se prolongó con el lado este, eliminando el añadido del edificio de Puerta Obispo y al norte, al claustro, bastante deteriorado pero que, precisamente por su situación al lado contrario de la parte más deteriorada, hizo por allí de contrafuerte y sostén de la catedral, pues de no ser así, muy probablemente el conjunto habría colapsado en su totalidad.

Y poco a poco, año a año, todo se reconstruyó, dejándonos lo que hoy es. Pero no solamente eso, porque todos aquellos trabajos, todo ese esfuerzo, sirvió también como estudio, práctica y experimentación de las líneas para la recuperación de otros edificios, pues no se olvide que fue el primer monumento nacional declarado, el que abrió la larga lista posterior y marcó las pautas del futuro, por lo que no es de extrañar que, en la Escuela de arquitectura estuvieran los planos de las propuestas, aquellas que me sorprendieron en los años mozos de estudiante.

No voy a glosar más el asunto, querido lector, porque, si quieres saber más después de esta mínima introducción, pásate por la iglesia de San Salvador de Palat del Rey donde todo lo anterior, y más, está expuesto en orden cronológico, de forma sencilla y, sobre todo, muy gráfica, promovido por el Cabildo de la Santa Iglesia Catedral, sobre los trabajos de Isabel Barrionuevo Almuzara, periodista, y Jorge Díaz García-Olalla, arquitecto, que vale la pena.

¡Ah! Y además, hacia el final de la exposición, podréis ver una semblanza de los festejos que se organizaron para la inauguración en 1901, incluido el menú de la comida ofrecida por la Diputación, menú que os sorprenderá, tanto en el fondo como en la forma.

Y si queréis saber porqué, pues tendréis que ir a verlo, que yo no lo voy a desvelar.

Por cierto, por el mismo precio, es decir cero euros, también se puede admirar la iglesia de Palat, que, igualmente, merece la pena.
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