Los que no tienen nombre

Por Bruno Marcos

Bruno Marcos
22/09/2018
 Actualizado a 19/09/2019
Casa de Durruti en León.
Casa de Durruti en León.
Cuando yo era niño pasaba, de camino al colegio, por debajo de unos soportales viejos de maderas ennegrecidas por el tiempo. Cada columna que sujetaba los pisos de arriba mostraba la curvatura natural del tronco del árbol del que procedía. Miraba entonces al interior de los zaguanes ya que las puertas, extrañamente, permanecían siempre abiertas porque posiblemente aquellas casas de pueblo centenarias en medio de la ciudad moderna estaban todavía habitadas.

Todo esto que digo estaba a un lado de la iglesia de Santa Ana, una hilera de seis o siete edificaciones ancianas de dos plantas, hundidas entre los bloques de siete u ocho pisos, sosteniendo en aquel presente algo misterioso. Supe luego que allí había nacido un legendario anarquista de nombre soñador, Buenaventura, y apellido de metralla, Durruti. La humilde morada en la que vino al mundo, enigmáticamente, siguió en pie durante toda el franquismo y cayó ya bien entrada la democracia, para hacer más bloques de viviendas.

La biografía de Durruti es de película: obrero, anarquista, preso en más de doscientas ocasiones y pistolero en los tiempos en que lo eran también los patrones catalanes. Se dio cuenta pronto de que había que atracar bancos para financiar la revolución. En la guerra civil dirigió la mítica columna que llevaba su nombre y marchó con ella hacia Zaragoza. La columna estaba compuesta por autobuses, camiones y automóviles requisados, acorazados por ellos mismos y pintados a grandes brochazos blancos con las siglas de la F.A.I. y la C.N.T. Fueron liberando pueblos, eliminando la propiedad privada, colectivizando y pasando por las armas a los caciques locales. En el cielo la custodiaba un único y solitario avión trimotor, un fokker de correos transformado en bombardero. Empezó la andadura con menos de 3.000 milicianos y milicianas para acabar con 8.000.

Creía tan poco en la autoridad que cuando le pidieron ayuda para defender Madrid lo sometió al juicio de cada uno yendo sólo la mitad. Allí le esperó, en los combates de la ciudad universitaria, una bala perdida que muchos dicen que no era fascista. Su entierro fue multitudinario y en su maleta sólo hallaron unas gafas, una gorra, una camiseta, unos anteojos y dos pistolas; no tenía nada.

Hace pocos días se realizó una ruta teatralizada por el León libertario que, precisamente, arrancó de este lugar donde estuvo la casa en la que nació Durruti. Con gran afluencia de público se recorrieron varias calles, llegando a colapsar entera la de Azabachería. Promovido por los organizadores del Encuentro de Escritores Libertarios, a partir de la investigación y el texto de Alfonso Gómez «El Seta» y con la dramaturgia de Luis Martínez Campo y Manuel AO, se recordó a esos hombres y mujeres de la historia secreta de la ciudad: Abad de Santillán, Ángel Pestaña, Federica Montseny, Florentino Monroy, Julián Alonso, Mariano Lorenzana, Laurentino Tejerina, Jacinto Rueda, Gregorio Martínez, Lisardo Llamazares o Consuelo Gonzalo Demaría. Tenían nombres, aunque los nombres digan poco. No en vano cuando Durruti, Ascaso, Oliver y Jover volvieron a la España republicana desde el exilio se llamaron ‘Nosotros, los que no tenemos nombre’.

Es difícil calibrar cuánto contribuyeron estos anarquistas a la mejora social, si su violencia, sus magnicidios, fueron necesarios. En todo caso sobrecogen aún las palabras de Durruti en plena guerra civil cuando, entrevistado por Van Passen, dijo que no esperaba nada de los gobiernos del mundo, ni de Stalin, ni siquiera del propio gobierno de la república española, porque ellos estaban completamente solos, esperando hacer la revolución dentro de la revolución y no temían al fracaso porque siempre habían vivido en la miseria.

Los anarquistas son vistos hoy como personajes románticos, idealistas o disparatados. Esperemos que, en pleno desmantelamiento económico de nuestra provincia mientras todo se transforma en una especie de parque temático de lo que fue, no se levante la casa de Durruti en cartón piedra para que la visiten los turistas.
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