Los personajes del tío Ful: Servando, cooperante en África

Con 83 años y después de recorrer medio mundo ha regresado a su pueblo, Santibáñez de la Isla, desde donde sigue cooperando en abrir nuevas escuelas en Togo, ya son veinte y las que vengan

Fulgencio Fernández y Laura Pastoriza
14/01/2023
 Actualizado a 14/01/2023
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Pasea tranquilo por la plaza de Santibáñez de la Isla, su pueblo, mientras los tractores de la comarca pasan la ITV, y Servando recuerda cómo en un edificio cercano –ahora sede de la Cooperativa del Campo San Blas (la más antigua de la provincia)– estaban las viejas escuelas a las que él acudió, tampoco se le han borrado los nombres del maestro y el cura, sus primeros profesores hasta que con 12 años levantó el vuelo y se fue a estudiar.

Recorrió varios países en su proceso de formación, fue profesor, de Informática cuando aún no había ordenadores, siendo así uno de los pioneros en este complicado campo, hoy tan de actualidad. «Se podría decir que sí, todo estaba en mantillas y no se me daba mal».

Hasta que algo se cruza en su camino, una especie de aldabonazo de la conciencia. «Mi hermano César estaba en África, y me animó a que fuera a visitarlo». Lo hizo y el viaje que cambió su destino pues, reconoce Servando, «ven tanta necesidad te hace pensar y yo decidí quedar allí trabajando, en Togo, Costa de Marfil...».

No se alejó de lo que era su mundo, la educación y la enseñanza, pues se embarcó en la tarea de ir abriendo escuelas. «En realidad era dignificar las que había; los estaban acudiendo a clase a unos tendejones hechos con cuatro palos y unos techos que no protegían nada, en su lugar levantamos edificios de bloques, las ONGs que trabajan en África nos proporcionaban los medios y yo llevaba el control allí».

- ¿Cuántas escuelas?
- En total, veinte.

- ¿Y para cuántos niños?
Lo pienso cuando veo que la escuela de Santa María de la Isla tiene 4 niños, aquellas son de entre 150 y 400; calcula. También hicimos un pozo que evita a las niñas (los niños no van) a ir a por agua a 5 kilómetros, con una palangana que pesa muchos kilos.

Ahora, con 83 años, vive en su pueblo, trabaja en un precioso proyecto del ‘bosque de los niños’, de plantar un árbol para cada niño que nace, que lleve su nombre; pero mantiene la conexión con África. «En Semana Santa me voy para seguir de cerca las obras y animar al personal a seguir».
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