Los personajes del tío Ful: Nélida la de Celadilla

Tiene la misma capacidad de trabajo que dosis de humor, la suya es una de esas casas donde siempre apetece parar, y ella te lo agradece y saca dulces

Fulgencio Fernández y Laura Pastoriza
19/10/2019
 Actualizado a 19/10/2019
367209914
Esta semana se celebró el Día de la Mujer Rural y el Día Mundial del Pan, las dos celebraciones deberían ser fiesta para Nélida pero ella ni sabe de estas celebraciones y sigue a lo suyo, a ayudar a los albañiles que tiene en casa, hacer dulces, acudir a los talleres que hay en el pueblo, organizar, no parar ni un segundo y tener una sonrisa y conversación para cualquiera que se acerque por su casa en Celadilla del Páramo.

Debería estar de fiesta pues mujer rural es, y militante, y de pan sabe lo que no está escrito pues fue la panadera de la comarca durante muchas décadas, «desde que una hogaza de tres kilos costaba 19 pesetas, echa las cuentas y me lo dices».

- Pero deberías estar de fiesta.
- La fiesta es estar. Y bien.

Tiene gracia y humor para regalar. «Me casé con el panadero creyendo que se trabajaba menos y no paraba de ni un segundo».

Y es que el panadero de tradición era su marido, Nélida nació en Velilla de la Reina y trabajó desde muy joven, en oficios muy diversos, incluso en Madrid, y también en uno habitual en aquellas épocas: fábricas de fundas de paja, «las pajeras, que les decían. Eran fundas para las botellas, sobre todo para las de champán, en Navidad».

Y después llegó la panadería, no eran años fáciles, para nadie. «Había mucha hambre, por todas partes. Mira cómo estaría la cosa que cuando subía el precio del pan en las ciudades, como en León, el Gobierno nos recomendaba que bajáramos un poco el peso, 100 gramos, y así podíamos mantener el precio».

- Y todo arreglado.
- No tanto. Que había mucha necesidad y la gente lo pesaba al llegar a casa y tenías que andar con disculpas, que si al cocerlo más para que tenga mejor sabor también mermaba algo más...

Recuerda Nélida que entonces se hacían solamente hogazas de tres kilos, con una sola excepción. «El sábado había que hacer una de un kilo, cada sábado para un vecino, que la llegaba a la Iglesia y el cura la bendecía, el sacristán la cortaba en tantos trozos como feligreses habían acudido a misa y se repartía entre todos, es lo que le llamaban el pan de la caridad».

Y mil historias más de esta mujer rural y panadera, que además las cuenta muy bien y con mucho respeto a los recuerdos.
Lo más leído