Los personajes del tío Ful: Araceli, la centenaria de Escuredo

Tiene 100 años y tanto su lucidez como su estado físico son extraordinarios, es independiente y de su vida recuerda, sobre todo, lo mucho que trabajó y lo bueno que fue su marido

Fulgencio Fernández
21/08/2021
 Actualizado a 21/08/2021
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Sorprende en Araceli su lucidez y su independencia, a primera vista, pero sorprende más conocer su larga vida, su satisfacción por lo que ha hecho, su orgullo por lo mucho que ha trabajado y también la lucha codo con codo junto a su fallecido marido: «Era muy bueno, con todo el mundo, ayudaba a todos, daba al que no tenía. Era muy bueno... y a mí me prestaba que fuera así».

—¿Cuántos años tiene, Araceli?
— 100, los acabo de cumplir.
— Está como una rosa.
— No me quejo. Me arreglo yo sola, me hago la comida y la casa, me lavo y me peino, me ducho... Viene una mujer dos horas a la semana a ayudarme, y se agradece.

Repasa Araceli su vida con una precisión excelente, documenta aquella vida que le ha tocado vivir en su Cepeda natal, aquella familia de cinco hermanas pues el único hermano que tuvo falleció con solo dos años en un accidente casero que se nota que aún le duele al recordarlo. Y cómo desde que era casi una niña, o sin casi, ayudó en casa. «Con diez años ya empecé a trabajar, ayudando con el ganado, y a los 18 empecé a ser pastora del rebaño, día por día, lloviera o nevara, sin paraguas y sin nada, con unas mojaduras que aún no puedo creer cómo he podido vivir tantos años».

En medio de aquellos trabajos fue durante dos inviernos «a una casa en la montaña para aprender de modista y vaya bien que me vino para después llevar la casa, sin necesidad de recurrir a nadie, que lo hacía todo yo».

Y, además, trabajaba codo con codo con su marido, en el campo. «Yo ordeñaba, también araba las tierras, sobre todo de patatas, excavaba, sembraba, metía la hierba. Y el lúpulo, que también tuvimos tierras de lúpulo, aunque lo que más fue patatas».  

- ¿Y ordeñaba a mano?
- Pues claro, que no sé ni cómo tengo dedos después de tanto ordeñar. Que cuando llegaron las ordeñadoras resulta que se nos iba la luz, si la enchufaba el vecino, pues adiós, a mano otra vez».

Parece claro que la vida le debía esta plácida vejez.
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