Los personajes del tío Ful: Alfredo Arias

Panadero de los de siempre, hijo de panadero, de los que llegaban hasta el último pueblo en medio de terribles nevadas, de los de apuntar en la libreta "y ya me pagarás"... Alfredo

Fulgencio Fernández y Laura Pastoriza
10/02/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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La palabra de estos días es «nevada». Se habla de pueblos aislados y Alfredo, el panadero de Santa Lucía, sonríe: «Esto es un juego».

Es un juego para él que le va arrancando a la memoria recuerdos de panadero antiguo, de los de siempre, de hijo de panadero. «Es que cuando yo era un niño veía a mi padre repartir el pan, con el caballo y el carro».

Tenía su padre la panadería en Santa Lucía y surgió la posibilidad de coger la de Villamanín y para allá fue Alfredo. Era otro mundo, en la comarca de Gordón nevaba pero en la de la Tercia parecía que tenían la fábrica de la nieve. «El valle de Poladura, Casares, Cubillas... es terrible para las nevadas, no creo que haya muchos donde nieve más. Pero no podías dejarlos sin pan, había que subir como fuera».

Y subía. Con un Land Rover de aquellos, con unos chavales sentados en el capó del motor que se apeabancada diez o quince metros «e iban apartado la nieve con las palas sólo para que el Land Rover no quedara colgado, que tiraba por lo que haga falta».

- ¿Y las quitanieves?
- Entonces sólo había una, de la Diputación, y de aquella manera, la mitad de las veces subía detrás de nosotros. Se puede decir que un pueblo estaba realmente aislado cuando ya no llegaba ni el panadero.

Eran nevadas históricas, nada que ver con las actuales. «Muchos años desde noviembre a marzo no podíamos entrar en Casares o Cubillas, bajaba alguien esquiando —como Belarmino— y cargaba sacos de hogazas. Por casa andan los cuadernos enlos que apuntaba lo que llevaba cada vecino. Y ya pagarían cuando fuera o cuando pudieran».

Porque Alfredo no solo fue panadero de los de subir a cada pueblo contra viento y marea, también fue de los de llevar la libreta y apuntar, como ya hacía su padre en la tienda, almacén... que tenían en Santa Lucía.

Alguien debía reparar en la vocación de aquellos panaderos, que nunca fallaban, que jamás dejaron a nadie sin pan, que escuchaban a la gente...

- ¿A cambio de qué?
- Yo, sinceramente, siento el aprecio de aquellas gentes y con eso me sobra.
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