Los peregrinos cantan a la puesta del sol en Bercianos del Camino

El periodista Félix Pacho Reyero evoca su visita a la localidad leonesa durante el mes de agosto de 2014

Félix Pacho Reyero
13/01/2015
 Actualizado a 18/09/2019
Sobre las bodegas del pueblo, la torre de Bercianos del Camino, llamada ‘La estrella del Páramo’, que se cayó en 1998. | EDILESA / NORBERTO
Sobre las bodegas del pueblo, la torre de Bercianos del Camino, llamada ‘La estrella del Páramo’, que se cayó en 1998. | EDILESA / NORBERTO
De mayo a septiembre no menos de cien peregrinos jacobeos pasan a diario por Bercianos del Real Camino. Muchos de ellos se acogen al albergue parroquial situado en la antigua casa rectoral que, gratis, les ofrece cena, alojamiento y desayuno. Cuando reanudan su marcha hacia Santiago quienes lo tienen a bien depositan un donativo de cuantía discrecional. Quizás alguno carece de recursos y, excepcionalmente, no deja nada. Gracias, no obstante, a la munificencia de los más pudientes, la cooperación de hospitaleros voluntarios, la administración ejemplar y la dedicación del párroco, Jorge García, a final de año los números cuadran o hay incluso superávit.

La casa rectoral es un mazacote de ladrillo que, a sus expensas, erigió en el siglo XVIII un presbítero hacendado y que, a estas alturas, se hubiera estrellado si otro cura, Aníbal García, y ahora Jorge García no la hubieran dedicado a albergue de peregrinos.

El pueblo se sintió siempre, y con razón, orgulloso de su torre, que se veía desde cinco leguas a la redonda De unos años a esta parte, a las ocho y media de la tarde o así, despachada ya la cena, un grupo de peregrinos solía acudir a la loma cercana donde, hace siglos, los nativos excavaron las bodegas Desde allí se contempla una inmensa llanura rastrojera y esteparia, que va de río a río, del Cea al Esla, de Joarilla de las Matas a Mansilla de las Mulas, con los montes de La Cabrera al fondo, y son maravillosas las puestas de sol. Apoyados en las zarceras o tumbados sobre el herbazal, los caminantes gozaban de tan hermosos ocasos, rezaban salmos o entonaban canciones hasta que en el cielo, de purísima y oro con tantas estrellas, la luna empezaba a enseñorearse pacíficamente.

Una torre muy alta que se cayó

 
Pero últimamente los peregrinos han abandonado las bodegas y contemplan las impresionantes puestas de sol desde el promontorio de un parque en el que se levantaba la torre de la iglesia hundida en 1998. Al agrupo se suman vecinos y forasteros provistos de cámaras fotográficas. Además del sol apagándose, retratan la portada de la iglesia arruinada y la enmarcación de piedra sillar que de ella se conservan tras la razia de Almanzor en el año 988 y tras el vandalismo de los burgueses de Sahagún rebelados frente a su abad dom Domingo en 1112. Los sublevados sahagunenses, según el benedictino Romualdo Escalona en su Historia del Real Monasterio de Sahagún, que transcribe crónicas de un monje anónimo, "quebrantaron la muy abastada villa de Brecianos con fuego e fierro, e destruyéronola, e la desficieron en cenizas, el pan e alhajas de casa todo lo robaron e de los hombres algunos mataron cargados de fierros, que no podían alzar los cuellos por las ataduras grandes de las cadenas", mientras unas mujeres fueron hechas cautivas y otras quedaron dando alaridos y derramando ríos de lágrimas "e los pequeños niños llorando colgados de las tetas amargas de sus madres". Sin embargo, los de Bercianos no se amilanaron y reconstruyeron el templo con una torre muy alta y esbelta. El pueblo se sintió siempre, y con razón, orgulloso de su torre. La llamaban ‘La estrella del Páramo’, porque se veía desde cinco leguas a la redonda, a semejanza de La estrella de Campos en la localidad palentina de Fuentes de Nava.

Aplauden alborozadamente al último rescoldo de sol en el horizonte, en la fiesta irreprimible de la vida Unos echaron la culpa del hundimiento de la torre a las bodegas sobre las que gravitaba su mole de cientos de toneladas de adobe y ladrillo. Otros achacaron la desgracia a las rendijas y filtraciones procedentes de oquedades del cementerio adosado secularmente a la pared norte del cuerpo de iglesia. Lo cierto es que, de repente, sin que se sepa todavía muy bien por qué, la torre vino al suelo y hasta las campanas se rompieron atrapadas en los escombros, que asimismo golpearon al esqueleto de una centenaria negrilla afectada por la grafiosis. La veleta, antiquísima, quedó echa añicos y retorcida bajo una masa de tapial. Fue un mazazo para el pueblo. Hombres y mujeres lloraron ante las ruinas y, a mucha honra, llevan aún la emblemática torre en el corazón.

La canción napolitana 'O Sole Mío'

 
En agosto de este año de 2014 asistí varias veces a la puesta del sol en el parque brotado sobre el solar de la torre de Bercianos. Un día sus compañeros de Calzadilla de los Hermanillos, Calzada del Coto, Bercianos y El Burgo Ranero celebraban el cumpleaños de la alberguera venezolana Ana Montesano y cantaban a la guitarra el bolero de Carmelo Larrea 'Camino verde'. Otro día, el peregrino francés Jean-Baptiste Cecereu, aplaudido a rabiar después de un par de baladas con un acordeón medio «fané y descangayado», hizo sonar de repente las notas dominantes de los acordes estremecedores de arranque de la quinta sinfonía de Beethoven, luego el himno de la alegría de la novena y los primeros compases del Largo de Handel, recreándose y cargando la suerte de solemnidad en cada registro melódico de esta última pieza. Acometió después músicas más accesibles, por ejemplo ‘La hija de Juan Simón’, de Antonio Molina, y ‘Espérame en el cielo’, de Antonio Machín, tarareadas por los asistentes. El acordeón sonaba poderosamente en la llanura, sobre la que, poco a poco, iba cayendo el sol. El auditorio estaba conmovido y de súbito alguien, como transido de la alegría de vivir, comenzó a reclamar a voz en grito: ¡O sole mio!, ¡O sole mio! Y Jean-Baptiste tocó la famosa melodía napolitana de Eduardo di Capua que, saltando fronteras, ha pervivido desde hace más de un siglo entre la gentes de la entera rosa de los vientos y en la voz insigne de Enrico Caruso, Luciano Pavarotti, Plácido Domingo, José Carreras, María Callas, Pietra Montecorvino, Montserrat Caballé o Anna Oxa. Todo el mundo cantaba y, pese a los naturales gorgoritos, falsetes y gallos, ¡qué bien cantaban los peregrinos! ‘O sole, ‘o sole mio sta infronte a te...

Inesperadamente surgió un rapero valenciano de gorrilla encarnada y bordón santiaguista deleitando a la concurrencia con el 'Cántico al Hermano Sol', de San Francisco de Asís, y mucho le aplaudieron.

Coronada de arreboles iguales que brochazos goyescos salpicando las cumbres de Guadarrama, a lo lejos del poniente, sobre la línea incierta y ciclópea del Teleno, que, tumbado, parecía un dios vencido, la bola incendiada del sol iba escachándose entre cielo y tierra, tornándose brasa insignificante en los confines del mundo y de la tarde que descansan sobre la Cruz de Ferro del Alto de Foncebadón. En la memoria revivió inexorablemente la estampa de la Cruz de Ferro, a cuyo muelo de piedras, como los peregrinos de Compostela desde hace mil años, vamos a arrojar una piedra más, la tuya y la mía. Sí, cumplamos el rito. Pongámonos in mente de espaldas al enorme muelo y, al arrojar hacia atrás nuestra piedra, formulemos el deseo más profundo, más secreto e inconfesable, el más acuciante e íntimo, que se cumplirá sin duda. Dios lo quiere por mediación de Santiago. ¡Ultreia!

El acordeón ha enmudecido, el rapero se ha esfumado y los peregrinos siguen aplaudiendo. Ahora aplauden alborozadamente al último rescoldo de sol en el horizonte, en la fiesta irreprimible de la vida. Y grita una nueva voz: ¡Pregare, pregare! Instado por el avance de las sombras, comienza a arañarnos un soplo de melancolía. Pero la melancolía es mala, muy mala. Tan mala que ocasionó el acabamiento de don Quijote. No, no nos dejaremos invadir por la melancolía. ¡Viva la vida! ‘O sole, `o sole mio…
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