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Los nuestros eran otros

06/04/2015
 Actualizado a 15/09/2019
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La melancolía hace su presencia. En las campañas electorales por ejemplo. La de las elecciones andaluzas ha desenterrado a Julio Anguita, durante años un referente de la izquierda comunista patria. La víspera de San José, el llamado Califa de Córdoba, pronunció, en un mitin, la frase que simboliza la frustración que hemos sentido tantos antiguos jóvenes rebeldes que venimos de la lucha contra el régimen dictatorial salido de la guerra: «Los nuestros eran otro» dijo, impertérrito, Anguita, como quien devora una verdad podrida.

Se refería a lo poco provechosas que le resultaron al PC hispano sus eventuales alianzas con el PSOE, y a la conveniencia de asumir que los valores de la izquierda podían estar ahora en manos de otros partidos emergentes. Y, para apuntalar su tesis, puso de manifiesto la contradicción de rechazar el bipartidismo y, simultáneamente, contribuir a su pervivencia ayudando a gobernar a uno de los dos partidos alternantes. Un poco tarde para apearse del caballo cuando se desboca. A no ser que se conforme uno, en la vejez, con adoctrinar a la juventud, como hacía Tribilín en las tediosas noches del veranomontañés de Cármenes, cuando narraba, de memoria, los entresijos de las Guerras Púnicas a unos muchachos que tan sólo se conmovían ante el contoneo de los pareos de las mozas.

Esolo decimos siempre los fracasados de la historia, los inconformistas, los apátridas y los descreídos. En nuestro León sabemos bien, ahora que la Santa Transición cerró en falso, no solo el mapa autonómico, sino las mismas puertas de la historia, conculcando los derechos de los vencidos (que también los tienen) y pisando con sus botas el cuello de la memoria, sabemos, digo, que los leonesistas eran otros.

Tal vez los ancianos no debiéramos dedicarnos aadoctrinar a nadie, sino a dar cumplida cuenta de nuestros propios errores. Porque, por desgracia, si algo se aprende con la edad, y solo con la edad, es que, si nos mantenemos íntegros, los nuestros siempre serán otros.Aunque no sepamos darnos cuenta y nos pasemos la vida tratando de agradar a quienes, en realidad, nos estaban estafando, apropiándose de nuestros pensamientos, de nuestras ideas, de nuestro discurso y hasta de nuestras lágrimas, los nuestros serán otros.

Parece ser que el sino de algunos es el ser héroes anónimos, de esos que, como escribe Caballero Bonald, en su último poemario ‘Desaprendizajes’: «Justo cuando llegó la hora de las conquistas preteridas, supo que ya era tarde y que todas las conquistas habían sido desmanteladas por la insaciabilidad de la historia».
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