18/01/2015
 Actualizado a 12/09/2019
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Desde hace años, exactamente desde que se inauguró la obra ‘Los cuatro elementos’ de la escultora Esperanza d’Ors en lo que iba a convertirse en plaza principal de La Lastra (en realidad no deja de serlo a pesar de la sensación que exhibe toda la Lastra de permanecer in solitudine), cada vez que salgo de Puente Castro, camino del centro de León, en vez de dirigirme por la ruta habitual a través de Santa Ana, me meto en la citada urbanización, conduzco por sus avenidas vacías, me tomo un café junto al Inteco, y me dispongo a ver la obra majestuosa de la nieta de Eugenio d’Ors. Si me apetece a menudo detenerme a observar los cuatro elementos estructurales que la componen (el aire, el fuego, el agua y la tierra), tan explícita y monumentalmente representados en la obra de la escultora madrileña, es porque también, desde hace años, me convertí en admirador de su trabajo: en mi casa ‘duermen’, envueltos en silencio y admiración, además de una terracota que adorna el porche de la casa, varios de sus ‘Mitos’ (a pequeño tamaño, como puede imaginarse): un Ícaro, un Prometeo y un Narciso –mi sombra es un Giacometti, la escultura que compite con las alargadas del famoso escultor suizo y que definitivamente he colocado junto a un cuadro de Sendo, el pintor leonés»–.

En aquel 2008 la escultora me invitó a la inauguración de la majestuosa obra en la plaza reseñada. Como me cuesta poco trabajo desplazarme a mi tierra, allí que me fui, al escenario donde persisten aún, a duras penas, las esculturas que Esperanza depositó con la homónima esperanzadora ilusión de que el pueblo leonés disfrutase de ellas: una exposición límpida de sus ‘Mitos’ en la plaza central de La Lastra, un espacio monumental con luces programadas cambiando de color, lugar insólito y extraterrestre ahora a causa de la soledad y el abandono. No es que León sea, en ese sentido, el paradigma de la ruina y despropósito inmobiliarios: muestras de todo tipo existen en la mayoría de las capitales del país. Pero cierto es que, si no llega a ser por el edificio del Inteco, en cuya estructura se apoyan, siquiera de forma figurada, sus esculturas, (las que. en su día, el alcalde Francisco Javier Fernández inauguró como paradigma de modernidad cultural de nuestra capital) se habría convertido en una urbanización desolada y triste.

Quienes, de alguna manera nos sentimos atraídos por el trabajo de cualquier artista, nos duele el deterioro de la obra pública leonesa de Esperanza d’Ors, sobre todo porque ella mima con detalle la ubicación de sus obras, bien sea en Madrid, en Oviedo, en el País Vasco, en Mallorca o en Alicante. Yo he visto la mayoría de estas obras (recuerdo haberme extasiado en el puerto de Alicante ante ‘El regreso de Ícaro con su ala de surf’, algo así como el milagro de Pedro caminando sobre las aguas. O en Oviedo el Monumento a la concordia, en la plaza del Carballón), todas ellas tan monumentales como la de La Lastra, y sin embargo acogidas por un entorno apacible que parece incitar al paseante a pararse ante ellas.

Y por eso me parece doloroso que estos desnudos, clásicos en el trabajo de la escultora madrileña, exhiban en La Lastra, más que la evidente genialidad de su autora, el pintarrajeado de los ‘artistas de la noche’, de los del chunda chunda, los del qué passa contigo y los gamberretes a los que hay que permitir todo, que para eso son jóvenes. Pensando en todos ellos, en los que no entienden lo que significa libertad de expresión, la artista ha enviado a sus amigos, como forma de sumarse a la marea humana ligada a la masacre parisina de hace unos días, la fotografía de su escultura ‘Camino de compasión’, pieza que se encuentra, precisamente, en nuestra capital, sobre la tumba de Jaime Quindós, el famoso hotelero y mecenas cultural leonés, íntimo amigo que fue de nuestra protagonista.
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