Cuando los barberos pasaron a ser peluqueros o, lo que es peor, ‘esteticiens’, caminaba un día por elLeón antiguo y vi un viejo cartel de ‘Barbería’, sin nombre, con un paisano solo leyendo el papel salmón de un periódico en uno de aquellos asientos que suben, bajan y se giran, la bata blanca y el peine en el bolso de arriba.
– ¿Me puede cortar el pelo?
En vez de responder sonrió, estaba solo, y me preguntó con sorna: «¿Qué motivos voy a tener para no querer cortárselo?». No le faltaba razón.
Me senté y me preguntó: «¿Se lo corto como siempre?»
– Sea; le dije sin indagar más.
Me habló de la vida, sobre todo de macroeconomía (ya os dije que estaba leyendo el papel salmón), de las multinacionales, me mojaba el pelo con un fumigador de mano y me cobró cuatro euros, por todo.
– Jefe ¿No me habrá confundido con alguien, es la primera vez que vengo y me preguntó si me cortaba el pelo como siempre?
–No. El confundido es usted. Yo lo que le pregunté es si le cortaba el pelo como siempre... como siempre lo corto yo; si quería otra cosa no es éste el lugar.
Y es que hay cosas que son como siempre. Lugares donde se colocan los mismos de siempre. Pagan el pato los de siempre. Mandan los mismos de siempre. Y se les cae la casa a los de siempre. Como siempre.
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