Los mineros heridos hablan de "abuso de poder" y "castigos" para impedir las quejas

Afirman que “en la mina entras con respeto todos los días”, pero que en la empresa entonces “había mucha menos preocupación por la seguridad que por la producción”

R. Álvarez
21/02/2023
 Actualizado a 22/02/2023
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“Allí todo el que no le bailaba el agua a los jefes tenía represalias. Hablando claro, porque parece que no lo entienden. Y yo si tengo una familia y una hipoteca que depende de mi trabajo, sé hasta dónde puedo llegar”. Así respondió a los abogados este martes Miguel Ángel González Rodríguez, el segundo de los heridos que declaró durante el juicio por el accidente en el que fallecieron seis mineros de la Hullera Vasco Leonesa (HVL) el 28 de octubre de 2013. En su intervención incidió en que las “represalias” eran una práctica habitual. “Había muchas”, dijo. Habló abiertamente de “abuso de poder” y de “castigos”, como “limpiar cuneta o limpiar cinta”, que repercutían directamente en el salario. “Era la forma que ellos tenían para poder hacerte daño” y una “forma de impedir las quejas”, apuntó. Para González Rodríguez, picador-sutirador que llevaba trabajando en La Vasco desde 2003, en ese momento en la empresa “había mucha menos preocupación por la seguridad que por la producción” y remarcó que sabía que “la gente no quería entrar a trabajar” en la explotación en la que se produjo el siniestro porque “había bóveda y en esa rampa había peligro”.

En esa misma línea se expresó el primer minero en declarar en la sala en la sesión de este martes, José Manuel Díez Coque, un ayudante minero que trabajaba en el pozo noveno y que acudió para ayudar tras escuchar el aviso del accidente. Según dijo, “la gente no estaba tranquila, la rampa no hundía, había mucho gas y existía incertidumbre entre los trabajadores. Se comentaba a ver si por suerte no me toca ir al séptimo”. Reconoció también que las quejas tenían consecuencias porque “te podían cambiar de relevo o de tajo y si en un sitio ganabas un sueldo decente, en el otro te castigaban y ganabas menos dinero”. A preguntas de los letrados de si en un puesto de trabajo en el que consideraban que peligraba su vida preferían permanecer en él a ganar menos dinero respondió que “en la mina entras con respeto todos los días”, consciente de que existe un riesgo del que “si te quejas mal y si no te quejas también mal”.

Díez Coque declaró también que conoce a los acusados, que los ha visto en la mina, y que ninguno de ellos fue quien avisó para que acudieran a ayudar ni les pidieron que intervinieran en rescate alguno. Quien lo hizo, recordó, fue Abel Viñuela (ayudante minero), que pidió “venid corriendo para el séptimo, que venga personal para el séptimo”. Lo hicieron y “fue algo libre y voluntario”, señaló. “En la mina somos compañeros y te ayudas en lo bueno y en lo malo”, al tiempo que dijo ser consciente de que el autorescatador es un elemento de seguridad que sirve para salir a un lugar seguro, no para rescatar a otro. “En ese momento no piensas en el riesgo”, insistió.

De ese momento concreto recordó que “todo era un caos”. Ayudó en lo que pudo hasta que empezó a sentirse mal. “Me picaba el pecho y la garganta ya con el primer autorescatador (usó dos). Tragaría algo de gas y cuando bajé al cargue del esfuerzo me temblaban las piernas y el maquinista nos sacó en el vagón. En el aseo dejamos la lámpara y ahí estaban los fallecidos, los heridos… y sé que me ayudaron a ducharme porque no me tenía en pie. Me llevaron al hospital y me dejaron ingresado”, relató, y como resultado cuenta con una invalidez total para ejercer esa profesión.

Del momento del accidente habló también González Rodríguez, que estaba en la planta superior en ese momento, en la sexta, y escuchó el aviso. “Hacer no pudimos hacer mucho”, reconoció. “Le di la vuelta a Tella (uno de los fallecidos), que estaba con los ojos abiertos y pensé que podía tener pulso. Opté por sacarlo y mientras lo arrastraba vi a Cabello (se había cruzado con él antes y le había hecho “señales” con la lámpara “no sé si para decirme que no entrara”, dijo). Echaba espuma por la boca y dejé a Tella y cogí a Cabello porque creí que era la persona a la que podía salvar. Quería volver a entrar, vomité y un compañero no me dejó volver. Le dije que por favor me dejara, que había dejado a Tella y no lo hizo. Allí dentro te sientes valiente, pero salí, vi a mis compañeros tapados y…”. 

Abel Viñuela declaró en tercer lugar. Él era ayudante minero y trabajaba en el lugar del accidente. «Fui el primero que dio el aviso» para que mandaran a gente, dijo. Sobre el taller relató que «claro que se sabía que había mucho gas» porque los panzer «saltaban mucho», tanto que a veces, advirtió, no daba tiempo a arrancarlos todos antes de volvieran a saltar y, entre los trabajadores, asegura que oyó decir «a ver si no me mandan al séptimo». «Sabemos lo que es una mina, pero esas cantidades de gas no eran normales en ninguna», remarcó. Respecto a las quejas, su opinión fue similar a la de sus compañeros: «Te mandaban a otro turno o a otro trabajo y no podías decir nada». Viñuela, que no volvió a entrar en la mina desde entonces, sufre ahora estrés postraumático y sigue en tratamiento.

Tras Viñuela, Óscar Gutiérrez Calvo, entibador, dijo que también picaba y que el día del siniestro trabajaba en el noveno. Afirmó en la sala que «para mí aquel día la mina murió» y estuvo de acuerdo en que las críticas tenían consecuencias. «Sí, algunas había y luego encima yo no veía que cambiase nada en el día a día», lamentó. A diferencia de sus compañeros, él sí que dijo que un superior, «el plantilla», Carlos Conejo, sí que le dijo que había que entrar a ayudar, que había que poner «los aparatos», en referencia a los autorescatadores» y ayudar porque los que estaban entrando también estaban «cayendo».

El último al que se escuchó este martes fue a Rubén Maraña, electromecánico que trabajaba en la planta 7 del macizo 7, «donde el accidente». «Estábamos donde el banco y de repente vino un bufido. Pensé que habían roto las lonas, pero Amancio Viñayo dijo que eso no era normal», apuntó. Para él «la bóveda que había en el taller era algo anormal» y remarcó que él las asociaba con algo «peligroso» y que por eso ya en su día había declarado que «intuía que iba a pasar algo porque ese taller para mí no era normal. No era lógico que estuvieran los metanómetros todo el día pitando». Sobre la empresa, manifestó que «cada vez iba a peor. Iba a menos y eso se veía» y estuvo de acuerdo en señalar que se encontraba inmersa en un proceso de descomposición.
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