Los mineros heridos declaran que estaban "preocupados" por la bóveda y el exceso de gas

Dos picadores-sutiradores que trabajaban en el taller del accidente de 2013 afirman que el vigilante era consciente de la situación y que las quejas podían dar lugar a “represalias”

R. Álvarez
20/02/2023
 Actualizado a 21/02/2023
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En la séptima jornada de juicio, este lunes, llegó el turno de cinco de los mineros que el 28 de octubre de 2013 resultaron heridos en el accidente que causó la muerte a seis de sus compañeros de la Hullera Vasco Leonesa (HVL). En su declaración reconocieron que en el taller de explotación durante los días previos estaban «preocupados». «Se comentaba en el cuarto de aseo, se hablaba» y esa «sensación de inquietud» existía por la magnitud «anómala» de la bóveda y porque «los niveles de gas siempre estaban tirando a altos». Además, remarcaron que el vigilante, Juan Carlos Pérez, que murió en el siniestro, era conocedor tanto de la situación como de su estado de ánimo, aunque desconocen si lo trasladó a sus superiores o no. Ellos no lo hicieron, según advirtieron, sabiendo que las quejas podían dar lugar a «represalias» y porque consideraron que existía una «cadena de mando» y Pérez era en este caso el ‘eslabón’ inmediatamente superior.

La sesión arrancó con Juan Manuel Menéndez, cuyo turno se adelantó –estaba previsto que fuera el cuarto en testificar– debido a sus «dolencias y secuelas». Menéndez respondió al fiscal que apenas recuerda nada de ese día y que le da «pena» que sea así, aunque sí que escuchó tras el siniestro «algunas declaraciones por la televisión que me dieron vergüenza», dijo. Consideró que lo que ocurrió fue un escape de grisú que le afectó a él «y a muchos otros», porque «el grisú no perdona» y afirmó que tras los hechos estuvo en el hospital «algún tiempo» y después le dieron la invalidez. «Yo soy pensionista. Sé que tengo una invalidez, pero no le puedo decir cuál porque no lo sé», remarcó. Menéndez, que declaró con gafas oscuras, afirmó que su problema no es la vista, sino sus dolores de cabeza. «Veo como un cañón. El problema es que tengo muchos dolores de cabeza. Las luces, la luz del día, me da muchos dolores de cabeza y no son muy agradables», dijo. Respondió también a los letrados que por este motivo no había vuelto a trabajar después de ese día. «No valgo casi ni para caminar, ¿cómo voy a ir a trabajar? En la mina hay que trabajar de verdad, no pasear, aunque alguno sí que iba a eso», subrayó.

Tras Menéndez en la sala se escuchó a Javier Cabello Carrera, uno de los picadores-sutiradores que trabajaba en el mismo taller en el que fallecieron los seis mineros y que contaba entonces con 18 años de experiencia. Él había salido al transversal a comer el bocadillo y estaba regresando al taller cuando se produjo el accidente. A mitad de la galería notó «una fuerza de aire muy grande, con mucho polvo, y me agaché y me arrimé a un hastial». Le costaba respirar, dijo, y fue entonces cuando otro de los heridos que declararon este lunes, Amancio Viñayo Álvarez, con el que había estado comiendo el bocadillo, entró a por él y lo ayudó a salir. Ambos se dirigieron hacia la escalera del pozo, un lugar con «aire limpio», pusieron el autorescatador y volvieron a entrar conscientes de que en el taller seguían sus seis compañeros. Es en ese momento en el que su recuerdo se desvanece. «De ahí para adelante no recuerdo nada más. Cuando recuperé la consciencia estaba ya en la calle», apuntó.

Cabello hizo hincapié en que los niveles de gas siempre eran altos en esa explotación, si bien esa mañana no hubo nada diferente que hiciera prever ningún riesgo. «Todo era como los días de atrás. No sé si lo que pasó era previsible o no porque no soy técnico de minas, pero sí que puedo decir que allí había una bóveda grandísima porque la vi y eso era algo bastante peligroso», destacó. Aseguró también que el vigilante fallecido, Juan Carlos Pérez, sabía esta situación. «Le comunicamos que la rampa estaba muy mal, que era peligroso», pero no sabe si él dio traslado del asunto. Sí que reconoció que las quejas en la empresa podían dar lugar a represalias como «cambios de relevo o de cortes en los que se ganaba menos» y, en su caso, el suyo era el único salario que llegaba a su casa. Tras el accidente, Cabello estuvo ingresado durante tres días y cuenta actualmente con una incapacidad total permanente y estrés postraumático que le hace seguir en tratamiento psiquiátrico.

«Como un murmullo»


El turno de declaraciones fijado en el programa se volvió a mover para escuchar a Arpac ACS Harmath, que intervino por videoconferencia y que el día del accidente se encontraba transportando material explosivo cuando notó «cómo se movía el aire, una ráfaga fuerte como si se hubiera dado la vuelta» y que sonó «más como un murmullo que como una ametralladora». Por su experiencia supo que había pasado algo y colaboró para sacar a personas accidentadas y fallecidos hasta que lo tuvieron que ayudar a él. Respecto a los medios materiales para garantizar la seguridad declaró que «nunca faltó nada», aunque le recordaron que ante la Guardia Civil había asegurado que la ventilación, por ejemplo, no era todo lo efectiva que debería de ser. Respondió que no lo recordaba, pero que si lo dijo «sería verdad», dada su experiencia de «más de 30 años en la mina». Dijo también que ese taller era «peligroso» porque había un «exceso de metano» y él, que había pasado por ahí, era consciente de ello. A día de hoy, según indicó, cuenta con una discapacidad «total», ha tenido «afecciones mentales» que hacen que no pueda ya «ir a ningún sitio solo» o montar en un ascensor, duerme «mal» y tiene ataques de pánico y crisis dependiendo de factores como si hay mucha gente o mucho ruido.

«Sensación de inquietud»


Amancio Viñayo Álvarez, el otro picador-sutirador que en el momento del accidente había salido a comer el bocadillo, fue el cuarto en declarar. Él llevaba 15 años trabajando en la mina, siempre en la Hullera Vasco Leonesa (HVL) y fue él quien subrayó que «había una sensación de inquietud» entre los trabajadores por «esa bóveda tan grande». «Lo normal es que se cree una bóveda, pero lo normal también es que se hunda más rápido que esta. Estaba tardando más de la cuenta, más de lo habitual», subrayó. Indicó también que «el vigilante era consciente de lo que había allí», igual que la gente que iba por allí a menudo, porque «lo vería». A las preguntas de los letrados sobre si lo podría haber denunciado o negarse a entrar en el taller destacó que él iba «a trabajar» y si sus compañeros entraban no iba a quedare «solo». El tamaño de la bóveda era, en su opinión, «anómalo» y también estimó posible que en ella pudiera existir una fractura que desencadenara la salida de gas y que no afectara al estado del taller, que no llegara a destrozarlo. Viñayo también fue hospitalizado y tras el accidente le quedó una «incapacidad permanente total para la profesión».

El quinto en testificar fue Roberto Crespo, con el que se cerró la sesión de este lunes. Él no trabajaba en el taller del accidente, sino en la planta quinta este del pozo noveno. Sin embargo, acudió a él tras haber escuchado por el teléfono en abierto, que se oye en todas las plantas, un mensaje en el que se pedía ayuda. No llegó a entrar en el taller, pero sí que accedió a la galería hasta en dos ocasiones con el objetivo de sacar a los compañeros antes de que, finalmente, tuvieran que rescatarlo a él. «Notaba mucho calor en la garganta. Me costaba respirar», dijo. Sobre la explotación declaró que «había oído que la bóveda no acababa de hundir, que daba mucho gas y que habían salido muchas veces» y que sabía que en ese macizo en concreto «solía haber mucho gas». Crespo, que finalizó su intervención dando las gracias a quienes le rescataron, perdió audición en los dos oídos como consecuencia del accidente y lleva dos prótesis que le han dado problemas porque se le infectan los oídos y se le cierran. Le diagnosticaron una hipoacusia severa y le dieron 28 puntos.

Este martes se escuchará a más testigos. En concreto, están citados seis: José Manuel Díez Coque, Miguel Ángel González Rodríguez, Abel Viñuela García, Óscar Gutiérrez Calvo y Rubén Maraña Ibáñez.
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