12/11/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Llevo varias lunas despertando cada mañana a orillas del Egeo, motivo por el cual no he podido evitar que esta tribuna empiece y termine en el mar. Para un tipo de secano como yo, poco habituado a bañarse con oleaje porque fuera de la ducha todas las aguas me parecen frías, sentir tan cerca la influencia del mar es una sensación que reconforta el alma. Algo parecido escribió hace años Nacho Carnero, cuya columna titulada ‘El primer mar’ puede leerse a la entrada del ‘Izenbe’, una casa de comidas ubicada en Deba, localidad guipuzcoana en la que Pío Baroja imaginó Lúzaro, el pueblo de Shanti Andía. «Disfrutará esos días en tierras norteñas, a la vera del primer mar real que, si bien demasiado tardíamente, pues ya contaba 19 añazos, maravilló su vista, sobrecogió y hasta paralizó sus sentidos durante unos instantes, por la emoción, y cautivó su espíritu desde entonces para siempre jamás», escribió el cronista salmantino. Eso mismo sentí cada atardecer, con Marta siempre al lado, desde aquel palomar en Naxos que fue nuestro refugio griego. La sirena del barco al salir de la bocana, las redes preparadas para una nueva jornada, los pulpos secando al sol, el salitre pegado en la madera, las tabernas de pescadores y, sobre todo, ese olor a mar que persigo en cada viaje. Hamburgo, Rotterdam, Glasgow, Liverpool, Belfast, Oporto, Copenhague, Essaouira, Tokio, Honolulu, San Francisco o Boston. Me gustan los puertos, aunque dice mi amigo Germán, un marinero asturiano varado en la mayor de las islas Pitiusas, que quien les escribe duraría poco en alta mar, donde la paciencia es virtud y los nervios mal agüero. Volviendo a esta provincia sin lonjas, ni faros, me veo en la obligación de recomendarles, si tienen tiempo y un ordenador cerca, que vean, en el canal multimedia de ‘La Nueva Crónica’, la entrevista que hace poco le hizo Fulgencio Fernández a Juanín García. Sentados los dos en el prado que colinda con la poza de Canseco, nuestro particular océano en plena Montaña Central, hablaron de artes de pesca en una charla que también debiera proyectarse en todas las escuelas leonesas. Ancares, Balboa, Barjas, Bernesga, Boeza, Burbia, Cabrera, Cea, Cúa, Cueza, Curueño, Duerna, Eria, Esla, Espino, Grande, Jerga, Llamas, Luna, Órbigo, Porma, Rodiezmo, Sella, Sequillo, Sil, Silván, Torío, Tuerto, Valcarce, Valderaduey y Valdesamario. ¿Cuántos chavales podrían recitar de carrerilla esta treintena de ríos? Yo no y me avergüenzo de ello, pero así somos muchos cazurros con nuestros mares, despegados y olvidadizos.
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