23/05/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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A uno nunca se le dio bien eso de sacar fotografías. Un desastre, vamos. Por eso tengo tanta envidia de los que sí saben y se dedican a eso: los fotógrafos. Alguien dijo una vez que los ojos son la cámara fotográfica del alma y seguramente tenía toda la razón. Pero el alma del hombre tiene un gran problema, y es que se olvida de las cosas según pasa el tiempo. Por eso las fotos son tan importantes para los humanos, como antes lo fue la pintura. Gracias a ellas nunca olvidamos nada. Aunque pasen muchos años y muchos avatares, sólo hace falta tirar de álbum y recordar cómo éramos, como eran nuestros familiares o amigos muertos; cómo teníamos pelo, cómo bailábamos, lo ridículos que estábamos con aquellos pantalones con una pata tan grande que podían coger dos de las nuestras o aquellas chaquetas con hombreras que nos hacían parecer, sólo parecer, superhombres. Las fotografías son instantes maravillosos o tristes, da lo mismo, crionizados para la eternidad. Y no sólo sucede en lo personal. Todos recordamos la foto del marinero besando a una desconocida en Times Square celebrando que había terminado la Segunda Guerra Mundial y que seguían vivos. O la de bandera de la Unión Soviética ondeando en el Reichstag; o la de Tejero en la tribuna del Congreso con la pistola desenfundada... Momentos que marcaron la vida de nuestros padres o las nuestras de una manera apabullante, cambiándola, sin nosotros enterarnos, para siempre.

Uno tiene la suerte de conocer a muchos fotógrafos, gracias a Dani, que me presentó a la mayoría de ellos: A Casares, a Peio, a Mauricio, a López, a Jesús... ¿Qué os voy a contar de López, por ejemplo? Tendré siempre en la retina la foto que hizo en Mogadisio, en plena guerra, de unos niños tirándose por una cuesta cómo si lo estuvieran haciendo en una pista de nieve. Me pareció, y me parece, increíble. No sólo hace falta estar donde se cuecen la habas, (que ya es difícil), sino que lo importante es darse cuenta de un hecho, para todos los demás intrascendente, y apretar el botón para decir al resto del mundo que, a pesar de todo, la vida sigue. Lo demostraba la cara de felicidad de unos niños que no tenían nada más en el mundo que ese momento.

Pero hoy os quiero hablar de una exposición de la Sala Provincia, en la calle Santa Nonia. Es una retrospectiva de la obra de un padre y un hijo, los Manolos. Conocí, hace muchos años, a Manolo hijo porque tomaba café todos los días con Ángel, un amigo mío de toda la vida. Nunca encontré por este León nuestro un tipo como Manolo. Culto, con una cultura adquirida por libre, simpático, (cuenta unos chistes para mearse), y buena gente. Luego me enteré que era fotógrafo de los de tienda propia y el repertorio de anécdotas que nos desgranaba poco a poco es como para escribir tres o cuatro libros tipo ‘Antología del disparate’ pero con fotos. Más tarde tuve la suerte de ver algunas de sus diapositivas y me di cuenta que estaba en presencia de un artista, y cómo tal es considerado por la ‘inteligencia’ cazurra, lo que es, por supuesto, un honor extraordinario. Lo digo porque sabéis que los miembros de esa ‘inteligencia’ son muy reacios a admitir a nadie de fuera de su círculo. Y en León, por desgracia, más. A él lo admitieron, lo que dice mucho en su favor.

Manolo siempre habla maravillas de su padre, del que se considera un alumno. Viendo las fotos que hay en la exposición de la Sala Provincia, no tengo nada claro que eso sea cierto, porque es muy difícil decidir quién de los dos es mejor. Lo que sí tengo claro es que si estáis interesados en conocer la historia de esta provincia, la de los últimos ochenta años o así, es menester visitarla.

Así, gracias a ellos, podremos comprender qué pasó cuando gobernaba Franco, cuando llegó la democracia y cuando nos ventiló la crisis. Las fotos, todas ellas, son como libros o como películas de cine. Tienen un argumento, un porqué, una razón... Y los que en ellas salen nos explican qué estaba pasando en su mundo, en su momento de la historia. Ojos fieros, dedos crispados, labios duros como pedernal, estupidez en cualquier caso y época, en las fotos políticas. Pasión, recogimiento, dolor, en las de Semana Santa. Quietud, tranquilidad, amor, en las reflejan la naturaleza, (un árbol, un río, un monte). Lividez, tensión, pánico, en las que retratan la Catedral, (las del incendio, las de unas nubes que corren por el cielo y que son acariciadas en su barriga por las puntas de sus torres... )

Este fin de semana sería bueno para ir a ver la exposición. A lo mejor tenéis suerte y con la emoción se os olvida ir a votar al coñazo ese de las elecciones... En fin.

Salud y anarquía.
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