La vida les regala un banco para contemplar lo pasado, lo trabajado, lo creado, lo disfrutado... lo vivido. Y también para ver pasar las vidas que han venido detrás de las suyas, cómo caminan las generaciones a las que han regalado el presente que ellas no tuvieron pero sí ganaron, que sí se lo arrancaron a las heladas y los rigores de su destino.
Contemplan y recuerdan.
Contemplan las nuevas formas de estar, sonríen como reconocidas por haberlas traído y recuerdan la suya, las vidas duras y ejemplares de las mujeres de su generación. En tantos lugares, en tantos ámbitos, en tantas casas, en tantos olvidos.
Recuerdan las biografías de tantas madres de muchos hijos a los que levantaban, lavaban, enviaban a la escuela, recibían al regreso, ayudaban, alimentaban y acostaban para irse ellas al río o al pilón a lavar sus ropas. Y en los ratos libres que le arrancaban al día atendían ganado o araban tierras, cosían en casa, trabajaban en la fábrica, fregaban o despachaban, estudiaban...
Recuerdan las noches de tejido y conversación, los sinsabores de los reveses, los sabores de sacar cada día la vida adelante...
Y ahora todo el cariño que sembraron se lo regalan a ese pequeño compañero fiel que las mira por si necesitan que les seque alguna lágrima furtiva, la que les sobra de los llantos no consumidos.
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