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Los jóvenes "no van a misa"

01/09/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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De hace un tiempo a esta parte no deja de sorprenderme la cantidad de veces que se oye que los jóvenes ya no vamos a misa o que ya no creemos en Dios. Le echan la culpa a la tecnología, a las nuevas formas de vida o de trabajo pero, a nadie de la Iglesia se le ha ocurrido señalarse a sí mismo con el dedo.

Como atea, siempre he respetado que una persona pueda tener creencias religiosas, no así a los dogmas que se imponen o a las instituciones que se puedan aprovechar de esa fe. También conozco multitud de personas jóvenes que creen en Dios pero «no en la Iglesia». La respuesta no está en el pecado o en las distracciones del día a día, sino en la incapacidad de las instituciones para modernizarse. Y no me refiero a los religiosos de a pie, que, muchas veces, encarnan la fe más auténtica, sino a los grandes estamentos de religiones como la católica. El tiempo de quedarse en su torre de mármol lanzando proclamas ha pasado. Ya nadie atiende a esas normas que discriminaban a las personas divorciadas, las adulteras, las pertenecientes al colectivo LGTBIQ, las liberales o a cualquiera que no siguiese las normas en general. Quién más o quien menos pertenece a uno de los anteriores grupos o conoce a alguien que lo haga. Se han cansado de ser oprimidos o discriminados.

Un ejemplo perfecto de esto son las movilizaciones que se están haciendo a favor de la legalización del aborto. Si contemplásemos un mapa de países en los que está prohibido este derecho, coinciden curiosamente con aquellos en los que las normas religiosas han penetrado más en la sociedad y en la legislación. La interrupción del embarazo es una decisión individual y no algo que deban decidir terceros, mucho menos si se amparan en su propia moral y creencia, algo que también es exclusivo de cada persona.

Igualmente, se me hace curioso ver como hay movilizaciones de los llamados ‘pro vida’ pero ninguno de ellos encabeza una marcha pidiendo la expulsión inmediata de, por ejemplo, los religiosos que abusaron sexualmente de más de 1.000 niños en Pennsylvania. Tampoco veo a nadie que pertenezca a la comunidad católica activamente pidiendo una reforma que iguale los derechos y deberes de hombre y mujeres dentro de la Iglesia, o que se oficialicen los matrimonios entre personas del mismo sexo. Y así, sin reformas, poco a poco, minoría a minoría, nos van perdiendo a los jóvenes y a la gran mayoría de la sociedad.
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