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Los hombres y Dios

05/04/2018
 Actualizado a 07/09/2019
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Había uno en mi pueblo que blasfemaba continuamente. Debo de reconocer que era muy imaginativo a la hora de lanzar juramentos. En algún momento pensé que los preparaba por la noche; no podían salirle sin entrenamiento, tan rebuscados eran. Un día le dio un cólico al riñón tan fuerte como para tumbar a un elefante. Se pasó una semana en el hospital y lo fui a ver: lo encontré con mala cara, muchos dolores y ofreciéndose a las vírgenes de Villasfrías para acudir a la ermita andando quince días y rezar el rosario. No dije nada, pero, ¡claro!, me extrañó.

Debe de ser un asunto consustancial al ser humano: cuando nos llega el dolor o la desesperación (o sea, nos entra el ‘yuyu’), el hombre (no como género), necesita aferrarse a algo superior a él. De ahí, de esos momentos de desconsuelo, nació Dios. Fue una necesidad imposible de sustituir por algo cercano, algo de carne y hueso. Solamente algo superior les podía dar fuerzas para seguir adelante. Todos sabemos lo que sucedió luego con este asunto de Dios: fue utilizado por los poderosos para controlar los miedos del pueblo; y ocurrió en todas las culturas y en todos los lugares del mundo. Cuando el racionalismo entró por la puerta grande en las vidas de los hombres, la gente, sobre todo la instruida, empezó a olvidar a Dios. Él fue sustituido por la Razón, la Inteligencia, la Idea y, más modernamente, la Ciencia. Son, no tengáis dudas, una especie de sucedáneo de Dios, igual de necesario, igual de manipulable. Y los que practican esta suerte de nueva religión son, en muchos casos, más intolerantes y más talibanes que los de las religiones habituales.

España, desde los tiempos de la II República, siempre ha intentado dejar de ser católica. Son muchos años aguantando el poder del clero para no hacerlo. Es cierto que con Franco se volvió a una sociedad religiosamente intolerante; pero nada más morir el dictador, la gente se empezó a olvidar, otra vez, de Dios. Ahora se confiesan católicos menos de un setenta por ciento de la población. Y me parece mucho. No hay más que ir un domingo a misa para darse cuenta de que si no llega a ser por los viejos, el cura estaría sólo. Por eso me causa confusión y extrañeza lo que sucede en la Semana Santa recién terminada. En toda España son más de tres millones de nazarenos, aquí papones, los que pujan por los miles de pasos que representan escenas de la pasión y muerte de Cristo. Más de la mitad, muchos más, no van a misa, no guardan la abstinencia, no se confiesan al menos una vez al año y, por supuesto, no cumplen con los diez mandamientos. ¿Por qué, entonces, salen en las procesiones? Según los diarios progresistas, (¡que daño hace ‘El País’, madre mía!), es por tradición o por folclore o por ganas de fiesta. Puede ser verdad, no cabe duda, pero es triste. Si el que manda en el cielo no fuese Jesús, el tipo que dio su vida por nosotros, sino su padre, el Dios iracundo y vengativo del Antiguo Testamento, en vez de lluvia o nieve, caerían del cielo rayos y centellas y los exterminaría a todos. No, no, no exagero. Recordad lo que hizo con Sodoma o Gomorra y se fue a dormir tan tranquilo. Lolo, que sigue siendo un genio pasen los años que pasen, en unas de sus viñetas de Semana Santa, pintó a un papón empapado de agua yéndose, apesadumbrado, para su casa. En la parte de arriba puso "Dios existe". A Lolo, como a mí, no le gustan las procesiones. Para ser exactos a mí no me gusta la impostura de la gente que procesiona, por los motivos que os he explicado antes.

Mientras aquí soportábamos los inconvenientes que traen consigo estas manifestaciones, (calles cortadas, riadas de gente maleducada que cierra las filas y no te dejan pasar a tú trabajo o para ir al médico, ruido imposible que te da dolor de cabeza), fuera, en el extranjero, y usando el nombre de Dios, un estado confesional y poderoso, asesinaba a diecisiete jóvenes y hería a centenares más de otro estado confesional que reclamaban tierra y pan. Los judíos matan, según dicen ellos mismos, para defenderse. Y lo hacen en el nombre de su Dios, el mismo del que os acabo de hablar, el del Antiguo Testamento.

En Siria, el país que queda al lado de Israel, la gente mata y muere en nombre de otro Dios. Y lo mismo ocurre en Nigeria, en Yemen, en Filipinas, en Sudán del Sur... Y en los lugares en que no existe Dios, porque lo han censurado en nombre de la Razón y la Ciencia, los hombres construyen misiles balísticos capaces de transportar la muerte y la desolación a cualquier punto del globo. El hombre moderno es una desgracia para el planeta y, por supuesto, para si mismo. Yo solo pido que, como los papones de aquí, dejen de usar el nombre de Dios, de cualquier Dios, para defender sus intereses. Salud, anarquía y tres cada día.
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