18/09/2016
 Actualizado a 18/09/2019
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Estaba buscando inspiración para esta tribuna después de una larga inactividad cuando me topé con una noticia sobre el estudio realizado por dos sociólogas estadounidenses, Amy Blackstone y Mahala Dyer Stewart, sobre la decisión de muchas parejas de no tener hijos. Aunque las conclusiones de la investigación no den para un Nóbel ni adquieran nunca rango de dogma, sí me sirvieron para reflexionar sobre mi situación, idéntica a la de muchos encuestados: casi cuarentón, felizmente emparejado y sin hijos en nómina. Si me preguntan suelo decir que ser (o no) padre es una decisión que toman casi en exclusiva las mujeres basándose en cuestiones personales, biológicas y a partir de ahora, tras lo que argumentan Blackstone y Stewart, medioambientales e incluso geopolíticas. Como tampoco es plan de dar un tono demasiado intenso a esta columna debo decir que me lo paso pipa viendo crecer a esos «locos bajitos» que son los hijos de los otros y una de las razones expuestas en elmencionado informe. Por ejemplo, cada verano una parte de mi familia, que es mitad montaña, mitad ribera, prepara una caldereta de cordero que siempre termino, aunque me cueste un sofoco, con una pachanga futbolera contra Raúl y David, los hijos de mi primo Óscar que ya pueden conmigo y casi me ganan tras noventa minutos, dos prórrogas y varias tandas de penalties. O cuando mi abuela Trini cumplió cien años el pasado mes de agosto y estaba presente la otra facción de mi clan, que es mitad maragata, mitad del Crucero. La celebración empezó con una misa de las que le gustan a la matriarca y terminó con Alejandro y Rafael, dos de sus doce bisnietos, entrando por primera vez en Casa Benito conmigo de guía, que para eso me llaman tío. También vimos a Pablo en Edimburgo, que sin levantar apenas medio metro del suelo entiende mejor que yo ese inglés cerrado que hablan los escoceses. Y a Ryuichi y a Komari, los sobrinos japoneses de Marta, que me miraban perplejos desde su asiento en el Camp Nou mientras entonaba emocionado el «tot el camp, es un clam» previo al doblete de Messi contra el Betis. O al recordar que estuve hace unas semanas con Nicolás, mi ahijado mitad ibicenco, mitad asturiano, eligiendo comics en una tienda de Malasaña con Germán y Federico merodeando, una versión actualizada de Los Hermanos Dalton que por cierto compramos. Y sí, soy un tipo feliz al comprobar en in situ que Nachín salió de la UCI con una enorme sonrisa, preparado para correr en unos meses con Mencía, la niña de mis ojos y alegría de la casa.
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