Los granos del pasado

10/11/2015
 Actualizado a 31/08/2019
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Tuve un viejo amigo —viejo y fallecido—, agricultor de muchos sudores, paisano de filosofías incuestionables y humor «injustificado», según él, porque le había golpeado duro la vida.

Tuve un día la feliz idea de llevarlo al recién inaugurado Museo Etnográfico Provincial para que viera tantos elementos y utensilios que habían formado parte de su vida diaria. Le gustó el edificio, le pareció grande la puerta y difícil de mover: «Nos hacen trabajar hasta cuando nos divertimos...»; no se resistió a comentarlo.

Le iban haciendo gracia las fotos, las máscaras de carnaval, los trajes, los instrumentos de música... pero «empezó a torcer el morro»cuando llegaron los arados, los carros, los cestos, las azadas, los rastros, las guadañas.... rompió a sudar de recuerdos.

- El trabajo que me costó sacarlos del portalón para siempre y ahora me traes aquí a que los vea todos juntos ¿Dónde decías que daban buen bacalao?
Y el bacalao me salvó de la quema, pareció pasársele el mosqueo y ya me preocupé de llevar la conversación por derroteros bien alejados de los caminos de carros y los surcos de arados romanos.

Me acuerdo de él cada vez que veo carros engalanados, mesas hechas con trillos, lámparas construidas con azadones...

Por suerte, no a todo el mundo le salen granos con el pasado.
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