Secundino Llorente

Los gitanos en el instituto

06/01/2022
 Actualizado a 06/01/2022
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Tengo que confesar que desde muy niño he tenido una cierta debilidad por el mundo gitano. Recuerdo que mi padre me llevaba con muy pocos años a la feria de San Martín para sujetar las yeguas mientras eran vendidas. Me admiraban las dotes del gitano para vender o comprar. ¡Qué dominio del lenguaje! ¡Qué oratoria! ¿Qué listos! Eran especialistas en ganado caballar. En la ribera del Esla predominaban las vacas y corría el dicho: «Dios quiera que no se pasen al vacuno». En mi pueblo apareció por los años cincuenta un gitano conocido como Chiripa que cuidaba la ‘becera’, rebaño de vacas y yeguas de todos los vecinos. Su toque de corneta marcaba los horarios del pueblo y era más famoso que el alcalde. Algo similar al ‘Mangia’ (il mangiaguadagni que tocaba las campanas y marcaba las horas en la ciudad de Siena se quedó con el nombre de la torre). Mira que habrán pasado personajes ilustres en la historia de Siena, pues el Mangia puso su nombre a la torre para siempre. Chiripa tuvo muchos hijos y pronto su saga se extendió por la zona de Mansilla de las Mulas. En aquel momento los gitanos no pisaban jamás por la escuela.

Al final del siglo XX ya se estaba dando una escolarización casi total de los niños gitanos, pero con mucha disparidad, desde una asistencia normal, con algún absentismo esporádico, al abandono prematuro y desescolarización. Lo más importante es el cambio de mentalidad gitana que pasa de la idea de desprestigio y de apayamiento (payo es el no gitano) al reconocimiento de la necesidad de la educación. Por otra parte, las administraciones educativas y de asuntos sociales promovieron una serie de programas de compensación educativa y de apoyo a la escolarización gitana. Tengo la impresión de que los padres ven el colegio como algo que deben utilizar, pero sin valor para el futuro porque sus valores están muy alejados de las tradiciones gitanas. Hoy por hoy la escolarización gitana en Educación Primaria está más o menos generalizada, aunque con un cierto absentismo, pero en Educación Secundaria apenas si llega al diez por ciento el número de los que terminan la ESO. El absentismo escolar gitano tiene una explicación ya que los padres obligan a sus hijos a ayudarles en la venta ambulante, recogida de residuos, trabajos agrícolas o cuidando de los hermanos menores.

En el instituto Lancia solíamos tener pocos alumnos gitanos. Estoy seguro de que el director del instituto García Bellido, mi amigo Rafa, tendría para llenar muchas páginas sobre este mundo. Pero siempre tuvimos de cinco a diez alumnos que llenaban la clase de Berta, la experta y paciente profesora de Pedagogía Terapéutica, y que siempre nos tenían ‘en jaque’ y de los que podría contar miles de anécdotas y algunas muy simpáticas y, creo yo, posibles de contar.Otras muchas no me atrevo.

Ya había empezado el curso y una tarde, con el instituto ya cerrado, llama a la puerta una señora con apariencia de gitana que venía con la intención de matricular a su hijo. Traté de explicarle que ya «no eran horas», que habían concluido las fechas de matrícula y que el instituto estaba lleno y, en aquel momento, cerrado. Ella, con mucha seguridad me dijo: «Usted va a matricular a mi hijo, mire estas notas». Casi me da algo, no podía creer lo que estaba viendo. Todas las notas de los seis cursos de primaria eran dieces. Le pedí unos minutos para llamar al director del colegio de primaria que me confirmó que el libro de notas era real y que el niño era excelente. Por supuesto que le hicimos sitio en el instituto donde pasó seis años con un buen comportamiento y un currículo brillante que le permitió llegar a la universidad. Es el único caso que conozco. El hecho de que un alumno gitano termine una carrera universitaria sirve como modelo para las generaciones que vienen detrás y se convertirá en un referente para su comunidad.

Entre Santa Olaja de la Ribera y Marialba de la Ribera había un poblado gitano.El transporte escolar sólo tenía establecida su parada en estos dos pueblos. El segundo día de curso llega a mi despacho el padre de un niño gitano de once años pidiéndome ayuda para que el autobús recogiese a su hijo en el poblado porque tenía que hacer todas las mañanas a oscuras, con viento, agua o nieve, dos kilómetros para llegar a la parada. Me pareció tan razonable y humana la petición que yo mismo le rellené la solicitud y la envié al servicio de transporte de Educación. La respuesta inmediata y escrita fue desestimar la petición porque Fomento no lo permite. Llamé al gitano para comunicárselo y sólo me comentó: «Hasta aquí lo hemos hecho a su modo, ahora lo haremos al mío».Al día siguiente los gitanos salieron a la carretera con horcas y palos para comunicar a chofer que, si no paraba, se atuviera a las consecuencias. A partir de ese día el autobús paró en el poblado.

A propósito del transporte escolar, un día tres hermanas gitanas me pidieron que les hiciera un nuevo carné porque habían cambiado de casa y de ruta de autobús. Les pedí, lógicamente, el certificado de empadronamiento, a lo que las niñas respondieron con extrañeza: «No se entera, señor director, no sabe que nosotros siempre entramos por la patada».

Por último, un padre gitano me pide el primer día de curso los libros de texto para su hija porque no tiene dinero para comprarlos ahora. Le recuerdo que tiene una beca de libros de 300€ para pagarlos y que cuando llegue la beca yo tengo que firmarla y él me devolverá el dinero. Así lo acordamos. Llegó el día de cobrar la beca y en mi despacho desplegó toda una batería de razones para convencerme de que esos 300 euros para el ‘menesterio’ no significaban nada, pero para él eran vitales.

Tendría anécdotas para llenar muchos artículos, las recuerdo todas con cariño. Nunca tuvimos problemas graves de convivencia con ellos, pero son de otra pasta y viven en otro mundo. Me molestaba que en los recreos hacían piña entre ellos y no se mezclaban con el resto. Conmigo siempre se mostraban desconfiados, pero aparentemente respetuosos. Algunos desaparecían en primavera para acompañar a sus padres en la venta ambulante. Los padres venían al despacho con el discurso aprendido para justificarlo todo. Siempre repito lo mismo a cerca de los gitanos: ¡Qué listos les ha hecho la vida!
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