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Los escritores del verano (III)

16/08/2021
 Actualizado a 16/08/2021
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La lectura de ‘Sin tiempo para el adiós’, de Mercedes Monmany, en estos calurosos días de agosto, me ha llevado de inmediato al ‘Cuarteto de la guerra’, de Xavier Güell, publicado también por Galaxia Gutenberg. En realidad, el primer volumen de este cuarteto, dedicado al compositor húngaro Béla Bartók, e inspirado en cierto modo, como reconoce el propio Güell, en el ‘Cuarteto de Alejandría’ de Lawrence Durrell, vio la luz hacia al mes de marzo, quizás febrero, de este año. El segundo, que discurrirá en torno a la figura de Richard Strauss, aparecerá dentro de unas pocas semanas. Más adelante, el cuarteto se completará con Shostakóvich y Arnold Schoenberg.

Ni Monmany ni Güell construyen estrictamente biografías (y la biografía es un género delicado y minucioso), sino que se envuelven en la historia, nos llevan de la mano a un tiempo difícil (en ambos casos, los terribles acontecimientos del siglo XX y el ascenso del nazismo), nos involucran en el dolor y la agonía de los creadores.

En ‘Sin tiempo para el adiós’, como escribimos la pasada semana, Monmany nos hace vivir el desarraigo y el exilio, la huida, cuando fue posible, del horror, el fanatismo y la tiranía. Allí se dibujaba esa herida sangrante de Europa, la pérdida de la libertad, la desgracia infinita.

El proyecto de Xavier Güell dibuja igualmente esa agonía del artista en tiempos difíciles, ese vértigo que, sin embargo, terminó produciendo obras maravillosas. Güell se mueve en su territorio favorito, ese en el que la pasión del creador se enfrenta al dolor o a la incertidumbre, ese instante en el que la belleza se impone a cualquier tormento, a cualquier circunstancia. Ese territorio en el que la luz y la oscuridad caminan casi a la par, en el que un breve destello de grandeza puede servir para compensar todos los sinsabores.

Escribí aquí de Xavier Güell, buen amigo, en algunas ocasiones. Un libro anterior suyo, ‘La música de la memoria’, en el que se habla de los grandes músicos del siglo XIX, anunciaba de alguna forma este impresionante despliegue en torno a lo que podríamos considerar la música torturada, pero al tiempo luminosa, de los años feroces del siglo XX. Güell siempre ha tenido este proyecto en mente, aunque, en medio, dio a la imprenta ese otro volumen, también en Galaxia Gutenberg, en torno a Gaudí (y por supuesto, en torno a su antepasado Eusebio Güell), que tuve el inmenso honor de presentar junto a él en nuestra Casa Botines, una de las magnas obras que el gran arquitecto nacido en Reus.

El descubrimiento de Xavier Güell fue un gran regalo para mí. No sólo un regalo como autor y hombre de la cultura, sino, y, sobre todo, como ser humano. Pero es ahora, con el ‘Cuarteto de la guerra’, cuando de verdad descubro al Güell capaz de plasmar la emoción de la música en la literatura, combinando ambas artes con maestría (lo comprobarán si se animan a leer este libro que hoy les recomiendo, y también los tres que completarán el cuarteto del que venimos hablando).

Cuando hablé con Xavier Güell de este primer volumen, ‘Si no puedes, yo respiraré por ti’, la pandemia estaba en pleno apogeo. Güell se había aislado ya, antes de que todo empezara, dispuesto a llevar a cabo esta obra monumental. Güell me dijo entonces que, con ser la pandemia un asunto complejo, nada de lo que nos pasa ahora puede ser comparado a la terrible tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Ese es el territorio del horror en el que discurren las vidas de los cuatros compositores que Güell aborda en el proyecto, no tanto con el ánimo de narrar unas biografías sometidas al oleaje de los totalitarismos y la guerra, sino buscando retratar cómo la pasión puede vencer todos los males, como en medio de la destrucción, de la soledad y del exilio, el arte se alza por encima de todo e ilumina los días más oscuros.

Pero hablemos de Béla Bartók. «Lo que me interesa es el proceso angustioso de la creación, la posibilidad de llegar al límite del ser humano», me dice Güell. «Y todo lo que hay en torno a ese proceso: la violencia, el amor, la incertidumbre, la duda, todo eso que es finalmente el ser humano… Y, por supuesto, la muerte. Nada hay en lo que yo escribo que no tenga en cuenta la muerte», continúa Güell. No escribe el autor del ‘Cuarteto de la guerra’ de sus compositores favoritos («aunque son cuatro grandes maestros, desde luego», apunta), sino de aquellos en los que puede pulsarse la gran tragedia del siglo XX, la agonía de la creación huyendo del horror bélico más atroz. Estamos pues, permítanme la cita habitual, ante seres fieramente humanos.

Béla Bartók logra huir, se exilia voluntariamente antes que doblegarse al totalitarismo que avanza sobre la piel de Europa. Y lo hace con Ditta, su segunda mujer (y antigua alumna), hacia Nueva York, a bordo del Excalibur. Corría este mismo mes de agosto, pero en 1940. Han pasado ochenta y un años… Es un exilio doloroso, como todos los exilios, en el que deja atrás parte de su familia, toda su vida anterior, y arriba a un lugar donde la vida no será precisamente fácil. Güell dibuja la personalidad fascinante, compleja, arrebatadora, difícil, de Béla Bartók. Y, al hacerlo, dibuja para nosotros el horror de aquel tiempo. Y la lucha por preservar la libertad del creador.

Bartók y Ditta llegan a Nueva York para retomar una vida entregada al arte, pero Ditta no podrá soportar fácilmente los obstáculos. Béla sabe (no es su primera vez en Estados Unidos) que su música no es suficientemente comprendida allí, aunque fuera por entonces uno de los compositores más importantes de Europa. Güell nos lleva de la mano por el laberinto del exiliado. Entramos en el territorio de lo íntimo, de lo doméstico. Vemos a Béla en su agónica lucha por ser reconocido.

En el equipaje perdido en Portbou (donde se suicidó Walter Benjamin), antes de tomar el barco en Lisboa (luego aparecería en Singapur), estaba casi toda su vida. «Trescientos kilos de equipaje, multitud de baúles, donde lleva todas las transcripciones de música popular búlgara, húngara, rumana, turca, del Magreb… todo se pierde en aquel instante. Y ese es el trabajo de su vida, su gran recopilación de la música popular de todos esos países», apunta Güell. «Bartók no podía soportar la idea de la tiranía. Pero cuando llega a Estados Unidos comprobará que nada es fácil. Allí no entienden sus ritmos violentos, sus melodías procedentes de folclores que les resultan extraños. Su salud empeorará hasta la muerte. Durante cuatro años no fue capaz de publicar una nota. Sólo en el último año regresa a la composición, cuando ya es tarde y cuando la muerte ya llama a su puerta».
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