Los Erasmus y sus vicios

Estuve pensando en la idea de dejar de fumar el primer día que llegué a León, en un hostal de peregrinos. Eran las ocho y media: un café, una tosta de pan, el periódico... y algo me faltaba en las manos

Stefania Zanetti
23/08/2016
 Actualizado a 16/09/2019
Una imagen que ya no se puede ver en los bares españoles:dos personas fumando dentro de un local. | ICAL
Una imagen que ya no se puede ver en los bares españoles:dos personas fumando dentro de un local. | ICAL
Artículo 1, objeto de la Ley Antitabaco 2006: "Establecer, con carácter básico, las limitaciones, siempre que se trate de operaciones al por menor, en la venta, suministro y consumo de los productos del tabaco, así como regular la publicidad, la promoción y el patrocinio de dichos productos, para proteger la salud de la población".

En los últimos años, han llovido leyes contra el tabaquismo en toda Europa. Una infinidad de comunidades de fumadores quedó fuera de las puertas de los edificios públicos, cines, bares, restaurantes... Invisibles y anónimos ciudadanos pasaron a ser un daño para la salud pública. Los placenteros clientes de las cafeterías leonesas tuvieron que elegir entre café, churros y periódico, y un cigarrillo.

La sociedad y los hábitos comunes, los que tienen una edad lo saben y lo cuentan, van cambiando y siempre más de repente. Tal vez no nos da ni el tiempo suficiente para darnos cuenta y ya abandonamos ciertas costumbres, es decir, nos adaptamos de manera natural a los demás.

Nos compramos el nuevo modelo de móvil para descargar las aplicaciones de moda, igual nos renovamos el armario según las temporadas de Zara. Tiempo y sociedad nos influyen, es un inevitable hecho. Nos dictan lo que es justo y lo que no lo es, nos dicen lo que tenemos que hacer y cuándo, cómo, por qué.

Estuve pensando en la idea de dejar de fumar el primer día que llegué a León, en un hostal de peregrinos.

Eran las ocho y media: café, tosta de pan, periódico... y algo me faltaba en las manos.

No se trata solo de mi experiencia personal, siempre que hay un traslado, un cambio de residencia o una novedad hay que pensar en los buenos propósitos que puedan ser, por su puesto, propósitos.

Me saco el café a la calle para un cigarrillo, hecho una charla con los que comparten este triste adición conmigo. Es así que los que fuman quedan entre ellos, en un mundo amarilleado que huele a tabaco.

Los nuevos en la ciudad, si son fumadores, a la primera soplada de viento no tardan en encerrarse en lugares nublados, escondidos, donde los que tienen este hábito no propiamente saludable no se molestan entre ellos y, además, no padecen frío.

El círculo Carpe Diem y el Cafetín, en el corazón del barrio Húmedo, son unos de los refugios para nosotros, que no podemos prescindir del cigarro para tomar algo. Loslocales en los que se autoriza fumar nos permiten no bajar a compromisos con los placeres de la vida, nos permiten sentarse a la mesa y charlar como los demás cristianos.

Hay una claustrofobia que nos une, la que, según José Luis, leonés de toda la vida e incurable fumador, nos da casi miedo que nos echen la bronca aunque fumemos afuera.

Siempre que tengo que dejar la conversación para salir histéricamente a fumar me siento maleducada, incómoda. Lo mismo pasa, a mí como a muchos otros adictos, cuando en cualquier sitio cerrado buscamos una terracina como los peces el agua.

Suerte es juntarnos en nuestros locales, en nuestro olor en compañía de nuestra niebla para poder así bajar al compromiso con la salud de la población.
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