22/10/2017
 Actualizado a 15/09/2019
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Siempre me ha parecido que el mejor antídoto contra el aburrimiento son los libros sobre los que Paul Valéry sostenía que tenían «los mismos enemigos que el hombre: el fuego, la humedad, los animales, el tiempo y su propio contenido». Me sonrío cuando leo esta frase a la que llego un día de infierno en los montes de Galicia y de León que arden por los cuatro costados y cuyas esperanzas están depositadas en una previsión meteorológica que promete la lluvia. Termina por enfadarme (bien es verdad que yo me enfado con mucha facilidad) la constante aparición de los políticos en los escenarios de lo dramático para decir lo que resulta obvio: que el fuego raras veces no es intencionado. Al tiempo que callan y no señalan lo que también es innegable: eso que en terminología jurídica se expresa con apenas dos palabras en latín: ‘Cui prodest?’ La expresión está sacada de unos versos de una tragedia escrita por Séneca y titulada ‘Medea’ que, al igual que las otras ocho que de él conocemos, nunca se llegó a representar. En ella pronuncia Medea lo que ha resultado ser axioma en las instrucciones policiales o judiciales: Cui prodest scelus, is fecit. Aquel a quien beneficia el crimen, es quien lo ha cometido. En realidad, lo que siento que me enfada sobremanera es el aprovechamiento en clave política de la desgracia, algo que me ha parecido siempre inoportuno e indecente, y además insoportablemente injusto para quien la padece. Con las tragedias de Séneca, por otra parte, se puede ejemplificar lo que afirmaba Valéry sobre los enemigos de los libros: por su propio contenido, no hubieran tenido ninguna posibilidad de prosperar aun cuando hubieran sido representadas. El público romano estaba entregado a la comedia fácil y al mimo porque la vida tenía ya carga suficiente de penuria. En el fondo y bien pensado, no somos tan diferentes ni nuestros intereses están tan alejados de los suyos. Ni nuestros gobernantes, salvando las distancias del tiempo, son tan distintos. Y vamos camino de terminar secundando aquellas palabras que Nicolás Maquiavelo dejó escritas: «desde hace un tiempo a esta parte, yo no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo, y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras, que es difícil reconocer». Parece que todo empuja a leer de nuevo a Maquiavelo.
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