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Los despropósitos del año nuevo

07/01/2019
 Actualizado a 16/09/2019
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En muchas partes del mundo ya ha empezado el nuevo año, pero aquí, afortunadamente, solemos encararlo con lentitud: como debe ser. La lentitud es un bien necesario. Es, como el humor, un síntoma de inteligencia muchas veces (no si eres corredor de cien metros lisos, desde luego). La fiesta de las Reyes Magos nos lleva pues a esta semana de entrada a cámara lenta en el año nuevo, como aquel que se adentra en el agua del mar desde la playa con el temor de que esté aún demasiado fría, y el cuerpo necesite acostumbrarse.

Sin embargo, hoy se acaba todo. O si quieren, empieza todo. El calendario, además, nos indica que es lunes, un día siempre incómodo (vaya, seguramente un día innecesario), y no queda otra que enfrentarse con el agua fría, por seguir con el símil, como esos bañistas que no se arredran en fin de año, y salen en los telediarios gozando del agua heladora. Algunos, incluso, entre la nieve. Así que hoy, en efecto, no hay disculpa, y el leve ruido de fondo que ya empezaba a sugerir el regreso a los trabajos y los días será ya a estas horas en las que nos encontramos, querido lector, el sonido de un país moviéndose al ritmo primerizo de un año incierto, cargado, quizás más que nunca, de dudas, de confusiones y de miedos.

Para ahuyentar el miedo a lo desconocido, no son pocos los que hacen una lista de deberes que cumplir (como si no tuviéramos ya obligaciones en exceso), esa lista de propósitos para el año nuevo que tanto gustan también mediáticamente (si son las listas de los famosos, claro), y que suenan a pura frivolidad. Pues ya se sabe que no está el mañana escrito, y de poco sirve hacer predicciones con fecha de caducidad, especialmente en estos tiempos impredecibles y caprichosos, en los que casi nada es seguro, salvo la propia incertidumbre. La mayoría de los propósitos para el año nuevo suele terminar en una lista de despropósitos, qué se le va a hacer. La prueba es que, al terminar el año, solemos lamentarnos de lo mucho que no logramos cumplir (nos encanta el concepto de culpabilidad, aunque aún más la culpabilidad de los otros), y de inmediato hacemos nuevos propósitos, y así hasta el infinito y más allá. No se alarmen, porque eso va en la naturaleza humana, y les sucede también a los políticos, y a gente muy principal.

Lo de los propósitos de cara al nuevo año viene, sobre todo, de esa necesidad que tenemos, bastante utópica, de alcanzar la perfección. Es muy loable, pero no siempre conveniente. Yo me fío más de la gente imperfecta, de la que se equivoca y además lo reconoce. No es fácil. El egocentrismo del que se cree perfecto y además con derecho a decirte una y otra vez lo que tienes que hacer para serlo me revienta bastante, pero yo diría que está en alza. En general, no es otra cosa que una manifestación de la falta de flexibilidad, uno de los mayores errores que se pueden cometer (y que, vaya por Dios, tanto abundan en política). Es la falta de flexibilidad la que tensiona el mundo. Este ruido que a partir de esta semana irá aumentando exponencialmente, manteniéndonos a todos adecuadamente cabreados (parece que es de lo que se trata) forma parte de esa intransigencia, de esa intimidación que se abre camino en prácticamente todos los ámbitos, como si se tratara de una estrategia de dominación social, sutil, es cierto, pero muy capaz de crear confusión, dudas, de dirigir a la masa a puertos muy bien establecidos.

Los propósitos individuales y domésticos, sin embargo, merecen más comprensión que los que se airean mediáticamente, y más aún en año electoral. A estas alturas ya hemos aprendido que la ingeniería mediática y la propaganda global tratan de construir sus propias realidades con sus propias normas, más allá de la realidad real. Vivimos entre constructos sociopolíticos que nos alimentan a través de redes sociales, que consiguen imponerse mediante el manejo de supuestas verdades absolutas, que logran convencer a masas enteras a través de la creación de una atmósfera de dureza e intimidación, como ya hemos contado aquí otras muchas veces. Aunque poco podemos hacer contra todo lo que sucede, quizás nos queda la posibilidad de tomar iniciativas individuales que ayuden a derribar los crecientes muros de intolerancia (que algunos festejan), el autoritarismo creciente y la falta de flexibilidad. Los ciudadanos deben reivindicarse desde su naturaleza humana, desde la compasión y la comprensión, no ayudando a que las posturas coercitivas y dominantes se multipliquen.

Como decía ayer Javier Marías, al que tanto sigo, recordando al Otelo de Shakespeare, vivimos tiempos en los que se ha hecho de la discrepancia a gritos, de la pestilencia que se vierte visiblemente, un motivo de entretenimiento. Casi una necesidad mediática. Se diría que el tolerante, o el flexible, es contemplado como un flojo, mientras el bocazas intimidador, o al menos el que corre a poner a caldo al rival, con razón o sin ella (sin advertir su propia fragilidad) es visto con orgullo, ovacionado y considerado un líder natural. El brutalismo se ha erigido en una forma de vida, también en una forma de hacer política, y eso sólo puede deberse a dos cosas: o hemos bajado drásticamente en nuestra capacidad de analizar la realidad, quizás por ignorancia o por habernos acomodado en exceso, o simplemente estamos siendo engaños y manipulados, de tal forma que somos muy capaces de aceptar y de defender a brazo partido aquello que en verdad nos perjudica.

Por eso muchos de los propósitos para el año nuevo, al menos los que se escuchan en medio del ruido y la furia, son en realidad grandes despropósitos. Y aún así los aceptamos (con resignación), y algunos son capaces de encontrar en ellos algún lado bueno. Es hermoso que nos deseemos suerte, que nos abracemos y esperemos, en nuestra pequeñez individual, que 2019 traiga lo mejor, con la impresionante artillería de desánimo, de malas noticias, de declaraciones belicosas, desconsideradas, autoritarias, limitadoras, censoras, hipócritas, banales, intimidatorias, cuando no abiertamente surrealistas, que llegan a nuestros oídos. Y que, tras este breve paréntesis navideño, retomarán a buen seguro a partir de hoy el incesante bombardeo de nuestras vidas. No son pocos los que parecen complacerse en crearnos una vida así. No son pocos los que se han acostumbrado a vivir en brazos del desprecio y la tensión, en brazos de una especie de modernidad retrógrada, que consiste en limitar la libertad del lenguaje, censurar el arte si es necesario, controlar todo lo controlable y presumir de una especie de nueva pureza que ilumine el nuevo tiempo.

Los despropósitos para el año nuevo están en marcha y los hay de muchos tipos. La diseminación de estas ideas es ahora más feroz y rápida que nunca, así que es probable que en un tiempo no muy lejano sea tarde para echar atrás. Nos asomamos a un año en el que muchas actitudes políticas globales apuestan por la exclusión, por el uso del miedo como arma de control ciudadano, por el desprecio de los conocimientos científicos que quieren desarrollar una agenda urgente contra el calentamiento global. Hay un aumento evidente de la incertidumbre en el planeta, una tensión que algunos generan gratuitamente esperando obtener beneficios y réditos, aunque pueda hacer daño a otras personas. Ha crecido la solidaridad, sí, pero también una forma de insolidaridad desde algunos poderes gigantescos y desde algunos gobiernos. Los despropósitos para 2019 se acumulan, están todos ahí, y volverán hoy a primera línea mediática. Con todo su estruendo.

Felices aquellos días en los que, con el nuevo año, nos proponíamos aprender inglés y dejar de fumar. Casi da ternura pensarlo. Ahora todo se agigantado, pero especialmente las sombras que se proyectan sobre los calendarios. Por no hablar, claro, de los despropósitos que nos acucian más de cerca. De los retos impresionantes a los que se enfrenta esta provincia, a cada minuto más desnuda, esperando esos proyectos que se anuncian, por ejemplo, para las cuencas mineras, que han llegado a su fin. Y esperando tantas otras cosas. Es tal el tamaño de las amenazas, el tamaño del vacío, que el vértigo de esta primera semana del nuevo año es formidable. El único propósito tendrá que ser el habitual: resistir.
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