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Los de la capi

22/03/2020
 Actualizado a 22/03/2020
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Cierto que el concierto estrella de las últimas fiestas patronales fue de Café Quijano pero, por lo demás, Benavides de Órbigo es un pueblo con un gusto exquisito. La Diputación está tardando en declararlo Capital Leonesa de la Cultura, un título que no existe pero debería, ante la gran cantidad de creadores que de una manera u otra se concentran en esta localidad. Hay un fotógrafo descomunal, Jesús F. Salvadores, escritores de talento (entre los que destaca Óscar M. Prieto) y músicos de los más variados estilos (sirva como ejemplo ‘Zapato Tipo Bota’ aka ‘DJ Liendres’ aka ‘Notone’), algunos de los cuales heredan el oficio de varias generaciones dedicadas a animar las verbenas de toda la ribera y más allá. De Benavides sale también ‘Catalina grande piñón pequeño’, un grupo que a finales del año pasado publicó el disco más divertido que he escuchado en mucho tiempo, titulado ‘Baile vermú’. Los ritmos van del punk al rap y las letras son demoledoras. Cuando les gusta algo, dicen que les gusta más «que la Nocilla en pan de hogaza». En ese disco incluyen un tema que sin duda será un éxito, ‘Los de la capi’, en el que, antes de soltar el estribillo, escupen: «Lo mejor de los cerdos sin duda es el jamón, lo mejor de Madrid... ¡es cuando vuelvo pa León!».

En los pueblos de toda la provincia se ven durante el invierno calles tan desiertas como estos días en las ciudades. En la más evidente prueba de que es mucho peor sentir la soledad cuando se está rodeado de gente que cuando se está físicamente solo, existe un sentimiento compartido entre quienes resisten estoicamente la despoblación y el abandono: les suele provocar cierto nerviosismo la llegada de los que llaman veraneantes. Pronto les molestan los coches aparcados en las calles habitualmente barridas y no faltan quienes confiesan respirar aliviados cuando llega septiembre y «los de la capi» vuelven cada uno a su ‘capi’. Es algo así como si para poder sobrevivir en la desolación hubiera que construirse una coraza que separase para siempre dos formas de vida.

Estos días, el virus que hace tambalearse los pilares de la economía y la sociedad tensa también las relaciones entre los que viven todo el año en el pueblo y los que llegan a pasar la cuarentena desde la ciudad. En Candelario (Salamanca) varios desconocidos pincharon hace pocos días las ruedas de varios coches de «madrileños», gentilicio que a muchos ya les suena directamente a contagiados, incitados por su propia ignorancia y por un irresponsable bando municipal, de similares características a los que han publicado también varios alcaldes leoneses, algunos de cuales se podría tipificar perfectamente como incitación al odio. Cuando ya era demasiado tarde se supo que casi todos los coches eran de una familia que había acudido a ver a su padre enfermo, contagiado finalmente de coronavirus pero no por sus hijos madrileños, sino por los propios sanitarios que le atendieron.

El suceso me ha hecho recordar la gran cantidad de jóvenes leoneses que se han tenido que ir a Madrid contra su voluntad, en busca de un futuro laboral que su tierra les niega aunque regresen a ella en cuanto tienen la menor ocasión. Muchos de ellos viven en la capital tantas estrecheces que, con el estallido del pánico, desoyendo lo que primero fueron recomendaciones y luego directamente prohibiciones, salieron en estampida hacia donde se sienten más seguros o, por lo menos, más amplios. Ahora son considerados poco menos que leprosos en la tierra que tanto añoraban. Lo cierto es que tan irresponsable es quien viaja de la ciudad al pueblo en esta circunstancia como quien sigue llevando en el pueblo la misma vida de siempre, ajeno a preocupaciones que consideran de urbanitas y creyendo que las calles son suyas. Si todos estuvieran confinados de verdad en sus casas, en el pueblo o en la ciudad, la solución llegaría antes. Al fin y al cabo, todos compartimos el mismo miedo.
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