07/01/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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Ahora ellos son las nuevas suegras. Hace unos años no había quien no se apiadara de aquel al que se le oía decir: «Ceno en casa de mi suegra». Nunca se va a casa de los suegros, lo que minimizaría el impacto del prejuicio. Tal llegó a ser el interés negativo que concitaron, que aquella especie de silbato afónico que despliega su lengua de serpiente al soplarlo tomó el nombre de matasuegra. Uno no sabe si la denominación fue adquirida tras su invención o se creó a tal propósito.

Desde hace un tiempo las suegras dejaron paso a los cuñados. Estos se sitúan en el centro de las burlas de la cena de Nochebuena y de cualquier acontecimiento navideño que reúna a toda la familia. Porque los cuñados saben de todo, sus conocimientos son tan vastos que abarcan desde los últimos avances tecnológicos hasta las tendencias más vanguardistas en materia vitícola, pasando, obviamente, por todo aquello que esté relacionado con el fútbol, la política y la religión.

Se dice que gastronómicamente son unos superdotados, saben dónde encontrar los mejores crustáceos al precio más barato, cómo cortar un buen jamón ibérico o el punto exacto del guiso. Lo más curioso es que sus apreciaciones suelen llegar después de que otros se hayan encargado de las compras o del estofado. Resulta una estrategia infalible.

La tendencia del cuñado no tiene límite, es tal que se ha llegado a inventar ‘el bingo del cuñado’. No falta en él Venezuela, los ERE de Andalucía, la independencia catalana, Benítez (no fueron pocos los que pronosticaron su destitución antes de que lo fichara el Madrid), refugiados vs terroristas y un sinfín de temas más de los que todos hablamos con nuestros amigos con una o dos de cañas por el medio.

Incluso los psicólogos dictan una serie de consejos para lograr que estas reuniones familiares transcurran del modo más civilizado y políticamente correcto. Habría que guardar el manual para el resto del año.

Lo curioso del asunto es que pensamos que la relación con nuestros cuñados es unidireccional. Es decir, ellos son los cuñados, nunca nosotros. Lo que nos lleva, como a menudo, a tener una visión subjetiva de la realidad. Todos llevamos un cuñado dentro, aunque no tengamos hermanas o hermanos emparejados. Lo jodido es admitirlo, como casi siempre.

Por cierto, las suegras no suelen ser como las pintan, al menos la mía. Espero, por mi bien, que haya leído hasta el final del artículo.
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