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Los cuatro amores (y dos)

15/03/2022
 Actualizado a 15/03/2022
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La semana pasada les hablé del afecto y de la amistad tal y como las entiende C.S. Lewis en su libro ‘Los cuatro amores’. Hoy trataremos del eros y de la caridad.

Entiende el eros –el más mortal de nuestros amores– como esa «clase de amor en el que los enamorados están». Al elemento sexual carnal o animal dentro del eros lo llamará –siguiendo una antigua costumbre– venus. Este acto, «como cualquier otro, se justifica o no por criterios mucho más prosaicos y definibles (al margen del enamoramiento); por el cumplimiento de una promesa o quebrantamiento de una promesa, por la justicia o injusticia cometida, por la caridad o el egoísmo, por la obediencia o la desobediencia». El eros quiere a la persona amada: «una deliciosa preocupación por la amada». De los tres puntos de vista que los hombres han tenido respecto al cuerpo –«la de los ascetas paganos que lo consideraban la prisión o tumba del alma», la de los «neopaganos, los nudistas y las víctimas de los dioses oscuros» para quienes el cuerpo es algo glorioso, o la de San Francisco de Asís, que lo llamaba «el hermano asno»–, él se queda con la tercera. «El acto de venus puede llevar al hombre a una actitud, aunque corta en duración, extremadamente imperiosa, a la dominación propia del conquistador o del poseedor; y a la mujer, a una correspondiente extrema abyección y rendición». En todo caso, el verdadero peligro, le parece a él, «no es que los enamorados se idolatren el uno al otro, sino que idolatren al propio eros».

En la caridad ya interviene Dios. Pero, ¿cómo se relacionan los amores naturales con este sobrenatural?: «Si el hombre no deja de hacer cálculos con los seres amados de esta tierra a quienes ha visto, es poco probable que no haga esos mismos cálculos con Dios, a quien no ha visto. Nos acercamos a Dios no con el intento de evitar los sufrimientos inherentes a todos los amores, sino aceptándolos y ofreciéndoselos a Él, arrojando lejos toda armadura defensiva. Si es necesario que nuestros corazones se rompan y si Él elige el medio para que se rompan, que así sea». Dios, que no necesita nada, da por amor la existencia a criaturas completamente innecesarias a fin de que Él pueda amarlas y perfeccionarlas. Pero, «tan pronto como creemos que Dios nos ama surge como un impulso por creer que es no porque Él es Amor, sino porque nosotros somos intrínsecamente amables»: pero «¿será posible que seamos ‘solamente’ criaturas?».
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