27/01/2021
 Actualizado a 27/01/2021
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Cadenas en tobillos y brazos tensan al gigante entre dos árboles, privándole de casi todo movimiento, apenas el cuello puede torcer para ver el desgarro en el vientre, la mancha roja en la que ensucia el pico el buitre de negro plumaje que se alimenta de sus intestinos. Así representa Tiziano el castigo de Ticio, condenado por violar a Latona, así lo podemos ver en El Prado. El tormento no es que el buitre le devore las entrañas, el tormento es que se las devora cada día y cada noche se regeneran para volver a ser devoradas al día siguiente. Este cuadro formaba parte de la serie ‘Los Condenados’, encargada por María de Austria para su palacio. Junto a Ticio, otros tres: Sísifo, Tántalo e Ixión.

Los cuatros personajes mitológicos tienen en común un crimen horrendo y la sevicia con la que los dioses los castigaron. La crueldad de su castigo consistía en la eterna repetición del mismo: la eterna roca, la eterna sed, el carroñero insaciable, la rueda ardiente rodando por toda la eternidad. Saber que con el fin nada termina, que es sólo el inicio de otro comenzar. En esa renovación idéntica de la que no se puede escapar radica la atrocidad de sus condenas.

Einmal ist keinmal, dice Kundera en su ‘Insoportable levedad del ser’. Una vez es ninguna vez. Y si no estoy de acuerdo para los sucesos felices, sí creo que sea así para los infortunios. El ser humano puede soportar todo una vez. Rehacerse y seguir. Psicológicamente está capacitado para ello.

Pronto se cumple el año de la revolución en nuestras vidas, como individuos y como sociedad, provocada por un virus que les ha dado la vuelta como a un calcetín. Y el año completo se me antoja como una frontera terrible de cruzar. Hasta ahora teníamos el consuelo de lo extraordinario, de lo único, de por primera vez y, en consecuencia, más que lógica, de esperanza, por última vez. Confinados por primera vez, lo histórico de las ciudades desiertas, las iglesias vacías, los domingos sin fútbol. Una vez sin Fallas, sin Semana Santa, sin Olimpiadas ni verbenas en los pueblos, incluso, una vez sin navidades ni Reyes cabalgando. Que fuera una vez lo ha hecho soportable. Pero a punto de completar el giro, la meta no marca el final de la carrera, sino el inicio de otra vuelta. Y otra vez a aplazar la boda, posponer viajes, abrazos, cenas, ya no tiene gracia. Nunca la tuvo. Ninguna para los que no tendrán más veces.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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