25/10/2016
 Actualizado a 17/09/2019
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En cierta ocasión el profesor preguntó a los niños a ver qué era lo que más miedo les daba. Uno dijo que la oscuridad, otro que la tormenta, otro que el estar solo, otro que los perros grandes… y otro que el ‘malamén’. No comprendiendo la respuesta, el maestro le preguntó a ver qué era eso. El niño dijo que no lo sabía, pero que tenía que ser algo muy malo, porque cuando su abuela rezaba el padrenuestro siempre terminaba diciendo «líbranos del malamén». Ciertamente el niño no conocía a Rajoy, que debe ser mucho peor. De otra forma no se explica el pánico que algunos tienen de que siga gobernando, hasta el punto de estar casi diez meses esperando para decidir finalmente abstenerse en su investidura y abandonar el «no es no».

Más de una vez hemos oído hablar de la teoría de Sigmund Freud sobre los complejos, principalmente el de Edipo y Electra. Si viviera hoy tal vez debería fijarse también en los complejos de nuestros políticos, entre los cuales no podría faltar el ‘complejo de derechas’. Es un complejo que afecta sin duda a toda la clase política. Es obvio que los que se consideran de izquierdas tienen a gala presumir de ello. Pero no sucede lo mismo con los que son de derechas, pues aunque estén contentos y convencidos de serlo, es como si les diera vergüenza manifestarlo, como si experimentaran un cierto complejo de culpabilidad. No digo que les afecte a todos, pero sí a muchos. Tenemos varios ejemplos: uno de ellos es el relativo a la defensa de la vida y otro el que hace referencia a la ideología del género. Así el Partido Popular ha terminado asumiendo la nefasta ley de Bibiana Aído.

Por la misma razón, aunque a la inversa, en el Partido Socialista hay muchos que están tan obsesionados con su particular progresismo que son incapaces de desprenderse de una serie de actitudes típicas de la izquierda más radical, como puede ser el anticlericalismo, la mentalidad abortista, o su fobia a la auténtica libertad de enseñanza. De ninguna manera quieren que se les tilde de derechas. En honor a la verdad hay que decir que no han faltado socialistas que tenían bastante más sentido de estado y de sentido común que las nuevas generaciones y que por eso ha sido fácil hacer pactos con ellos. Nada que ver Felipe González con Pedro Sánchez. A estos les debemos y agradecemos la feliz iniciativa de rebelarse contra aquellos de la nueva generación, afectados con los típicos complejos hasta el punto de preferir aliarse con la extrema izquierda que con el centro derecha, aunque eso supusiera la ruina de España.
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