Los códigos secretos

20/02/2018
 Actualizado a 17/09/2019
a-la-contra-20-02-2018.jpg
a-la-contra-20-02-2018.jpg
Si llegas a esta vieja estación —que fue vida y es soledad, que fue la primera industria y está a punto de ser la última— y encuentras la bolsa colgada de la manilla puedes empezar a conjeturar las aventuras que tu cabeza sea capaz de poner en marcha, los misterios que el último Cuarto Milenio haya logrado despertar, los espíritus que allí puedan vivir...

Es evidente que Mauri captó un código secreto. Que la puerta que de día conduce a los andenes de noche conduce a los misterios.

Pero no todo lo evidente es real. Cuanto peor mejor, diría el clásico. No hay ningún misterio, no hay ningún código secreto... lo único que ocurre es que los últimos habitantes de la vieja estación están a punto de salir y va a pasar el panadero que al ver la bolsa dejará en ella una barra de pan o dos o una hogaza, él sabe bien las necesidades de la casa. Lo apunta en la libreta y ya cobrará, que los panaderos llevanen sus códigos nada secretos que hay que llegar hasta la última casa, del último pueblo, en medio de la nevada. Porque el primer mandamiento de un panadero es que nadie se quede sin pan.

No son misterios. Los panaderos saben el pan que se necesita en cada casa como los viejos tenderos sabían el número de zapatillas y madreñas, la talla de las camisas y hasta las medidas de las fajas de todos los vecinos. A mi pariente Quiñones le decían «unas zapatillas para mi madre»y no hacía falta ni una palabra más. «De felpa, de cuadros y del 37» te lo añadía después de recibir el encargo.

Nuestros pueblos camino del abandono están llenos de misterios y códigos.Quedarán ahí para el recuerdo. Para despertar la imaginación sólo hace falta añadir unas voces de ultratumba y unas psicofonías.
Lo más leído