Los clones literarios y Concha Espina

Por José Javier Carrasco

16/06/2021
 Actualizado a 16/06/2021
La escritora cántabra Concha Espina.
La escritora cántabra Concha Espina.
¿Qué aporta la  literatura a la vida del hombre? ¿Personajes con los que identificarse o cuestionar, realidades alternativas a la propia, ideas que adoptar o repudiar....? ¿La actividad de relatar responde únicamente  a la necesidad, siempre presente, del lector de evadirse o es otro su cometido final? ¿Evadirse para escapar de una realidad poco satisfactoria o un modo de afirmación personal como individuo perteneciente a una clase social que el escritor recrea? ¿Está el oficio de escritor condenado a desaparecer como algo prescindible y superfluo en un futuro, cuando se enseñe a fabular a las máquinas a las que podremos programar con una serie de demandas a la carta: un poco de intriga, una leve concienciación de la problemática social o ecológica, un final inesperado...? ¿Quedará reducida un día la literatura de autor  a una actividad artesanal y testimonial? Concha Espina nace tres años antes de la muerte de  Gustavo Flaubert en 1880 y sus estilos nada tienen en común, quizá porque la historia de la literatura no es un vaso comunicante, sino que alberga compartimentos estancos, aunque se refiera en ocasiones a problemáticas semejantes – dos  mujeres sensibles aplastadas por el medio social –  separadas en el tiempo. ‘Madame Bovary’ y ‘La esfinge maragata’ trasladan ante el lector la vida de dos víctimas, cada una  a su modo, incapaces de escapar a su destino. Emma Bovary, tras una aventura adúltera, acaba envenenándose; Florinda renuncia a su verdadero amor por un matrimonio forzado con su primo Antonio y, poder así, salvar a su familia de la miseria y la usura. El recurso  del final desdichado cuestiona las expectativas del lector que se inclina por soluciones distintas, el «fueron felices y comieron perdices», sin embargo, aparece y se repite en algunos autores enfrentados a una literatura de simple evasión. Concha Espina no desnuda su estilo, como lo hace Flaubert, de adornos retóricos, en apariencia superfluos y arcaicos, pero sí sabe denunciar las duras condiciones de vida de un pueblo de la maragatería – diezmado por la emigración –  y reflejar las costumbres y el  habla de sus habitantes, algo que olvida el autor francés, más interesado en la psicología de sus personajes. Literatura testimonial que, a pesar de esos anacronismos estilísticos, refleja así todo una  problemática social aún actual como el despoblamiento rural. Novela de la que si quisiéramos obtener su clon de un ingenio electrónico, le pediríamos además de abundantes notas de costumbrismo, un leve y difuminado toque posromántico de fondo: «No dijo más. Volvióse hacia el carasol para abrir las vidrieras, tomó el centeno en su delantal y todo el bando de palomas acudió a saciarse en el regazo amigo, envolviendo la gentil figura con un manso rumor  de vuelos y arrullos. La luz del sol, más fuerte al crecer la mañana, rasgó las brumas y fingió una sonrisa en el duro semblante de la estepa...».
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