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Los catalanes en sus tópicos (I)

José Luis Gavilanes Laso
15/10/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Entendemos por tópico una generalización abusiva de ciertas notas o caracteres habituales de un pueblo o una región. Cuando el tópico se repite con insistencia con falta de originalidad y pensamiento se pasa al estereotipo.

Con relación a los diferentes tópicos, la delgada línea de demarcación que separa las distintas comunidades españolas parecería lógico que se hubiese borrado tras muchos años de convivencia. Sin embargo, la lógica a veces nada tiene que ver con la realidad. Una lengua y una vida en común durante tanto tiempo deberían haber roto las ‘fronteras’ de los pueblos de España, a pesar de todas las diferencias habidas y por haber. No obstante, como por desgracia vemos en la actualidad, no parece que las diferencias regionales y los nacionalismos se hayan superado de forma absoluta. Que una determinada región se revele con un comportamiento secesionista no es un mero capricho del azar. Algo no ha quedado definitivamente fundido o ensamblado en el trascurso de la historia. España se alzó como nación y como Estado en el siglo XVI, pero las identidades que la componían no han desaparecido por ello. En algunas regiones españolas (catalana, vasca y en menor medida, gallega) hay individuos que no sólo mantienen caracterizaciones que las diferencian con el resto, algo muy respetable, sino que pretenden ir en solitario más lejos y por caminos diferentes y peligrosos, algo menos respetable.

La mayoría de los pueblos españoles, por no decir todos los del planeta, siempre han tenido la idea de superioridad frente a los otros. Así el vasquista se creyó superior frente a los ‘maketos’, y el catalanista frente a los ‘castellás’. Aunque con excepciones, hay una tendencia, a base de tópicos estereotipados, a realizar estimaciones muy positivas de lo propio y muy negativas de lo ajeno. Cuando nos referimos a nuestros correligionarios hay una consideración encarecida al llamarles «compañeros» y «camaradas»; por el contrario, cuando adversarios o enemigos son despectivamente «secuaces» o «esbirros». Como también la utilización de clichés de la divinidad en estimaciones contrapuestas por hacer las cosas «como Dios manda» o con resultado fallido en «se armó la de Dios es Cristo». Desde una perspectiva «progresista» hay «carcas» y «fachas» cuando se ve contrastada ideológicamente. En la línea contraria, se habla de «izquierdas», que es como significar lo «siniestro». En otro orden de conceptos, entendemos por «patriotismo» el sentimiento hacia nuestro propio país y por «nacionalista» al que otros sienten por el suyo. En tiempos de fieras y desastrosas luchas políticas se acuñaron en España términos como «negros» (los liberales) y «blancos» (los carlistas); de «rojos» y «azules» se habló más tarde.

Concretamente de los catalanes, en su conjunto, se han hecho estereotipos para todos los gustos. Sin embargo, hay caracterizaciones que podríamos llamar ‘fijas’ debido a su reiteración a través de la historia. Los estereotipos que se han repetido con mayos perseverancia sobre los catalanes, en unas épocas evidentemente con más fuerza que otras, han sido los siguientes: «belicosos y valientes»; «orgullosos con pasiones violentas»; «avaros y amigos del lucro»; «vengativos y constantes en la amistad»; «amantes de la libertad»; «laboriosos y emprendedores». Sobre estos tópicos recomiendo, por su lucidez y erudición, el libro de Emilio Temprano ‘La selva de los tópicos’ (1988), al que en gran medida seguimos y comprimimos en 3 artículos. Vamos con la primera entrega.

Ya Lope de Vega y Calderón de la Barca escribieron sobre la gente «valerosa» de Cataluña o se han referido a la «belicosa» nación catalana. Los ejemplos de «valientes catalanes» son numerosos en toda la literatura del siglo XVII, y tal estereotipo vuelve a rebrotar en los escritos de algunos viajeros del siglo XVIII y XIX.

El inglés Henry Swinburne, en su viaje por Cataluña en 1775, decía que los catalanes eran excelentes soldados de infantería ligera y muy diestros para el golpe de mano rápido, añadiendo que, empero valientes e infatigables, son adversos a la estricta disciplina de los cuarteles, y sólo la toleran cuando sirven en uno de sus propios regimientos. Hablaba también del espíritu violento de los catalanes y de su pasión por la libertad, hasta tal extremo que han promovido «guerras civiles y las insurrecciones fueron más frecuentes aquí que en ninguna otra parte de Europa» («Travels thrugh Spain in the years 1775 and 1776»).

La valentía de los catalanes parece que tiene sus riesgos, y dos de los más inmediatos posiblemente son el «orgullo» y las «pasiones violentas». Quevedo, que dejó dichas bastantes brutalidades de los catalanes, sobre todo en ‘La rebelión de Barcelona ni es por el huevo ni es por el fuero’, creía que el Conde-Duque de Olivares había tolerado el excesivo orgullo de los catalanes.

El francés Alexandre de Laborde escribió en su ‘Itinerario descriptivo de España’ (1809) que los catalanes tienen pasiones violentas: «Cuando aman, aman con vehemencia; pero su odio es implacable y en asuntos políticos llega a ser inquieto».

Más acaloradas y tendenciosas son las apreciaciones del diputado catalán J. Caballé Goyeneche, un lerruxista recalcitrante, que en curioso ‘fuego amigo’ llega a hablar de odios y envidias como «pasiones hembra que ofuscan las inteligencias más superiores», en su libro titulado nada menos que ‘Inferioridad de la raza catalana’, 1918.

El juicio de la avaricia de los catalanes ya encuentra eco en el siglo XIII en algunos versos de Dante en los que escribía sobre «La avara pobreza de Cataluña» de esta manera: «E se mio frate questo antivedes, / L’avara povertá di Catalogna / Già fuggiria, perché non gli ofendesse». («Y si mi hermano hubiese previsto bien, hubiera huido ya la avara pobreza de Cataluña para no ofender a aquellos pueblos») (‘La divina comedia’, El paraíso, cap. VIII).

La idea de la avaricia catalana la recoge también Benedetto Croce, quien se pregunta que si por su carácter industrioso y amigo del lucro «los catalanes que de las piedras hacen panes» eran en toda España motejados de avaros, de la misma reputación, mezclada a un odio intenso, gozaban los catalanes en toda Italia («La Spagna nella vita italiana durante la Rinascenza», 1917).

También Petrarca dijo jocosas palabras contra los catalanes, pero sus exposiciones eran de odios contra los extranjeros en general y no contienen nada de particular ni característico. En cualquier caso, hay que tener en cuenta que bajo el nombre de catalanes se ocultaban todos los súbditos españoles del rey de Aragón. Asimismo, insiste el poeta italiano que en estas antipatías influían otras causas: el que los catalanes no sólo practicaban el comercio, sino también y muy ampliamente la piratería en las costas italianas (vid. Croce ‘La Spagna nella vita...’ Cap. II).

El displicente noble polaco Nicolas de Popielovo, que llega a Santiago de Compostela en 1484, hace unos retratos huraños de la mayoría de los españoles, pero se ceba en particular en los catalanes, de los que dice son «unos rústicos y judíos» porque en lugar de apreciar el honor y la delicadeza, ponen únicamente todo su cuidado en amasar grandes bienes y tesoros, con o sin justicia, poco les importa (vid. García Mercadal, J.: ‘España vista por los extranjeros’, 1924).

Más negra es si cabe la imagen hecha por Quevedo sobre la avaricia de los catalanes, al afirmar que son éstos «el ladrón de tres manos, que para robar en las iglesias, hincando de rodillas, juntaba con la izquierda otra de palo, y en tanto que viéndole puestas las dos manos, le juzgaban devoto, robaba con la derecha» (‘La rebelión de Barcelona...’) Continuará.
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