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Los Canuria y la Semana Santa de León

05/06/2021
 Actualizado a 05/06/2021
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Corre 1945. Apenas han transcurrido media docena de años desde la conclusión de la Guerra Civil, cuando Lorenzo Canuria Rodríguez –el señor Lorenzo o ‘el Maestro’, que lo era por su condición de maestro zapatero y custodio del oficio en la manipulación de las pieles y las composturas del calzado–, coge la vara de abad de la cofradía más antigua de la Semana Santa de León, la de Nuestra Señora de las Angustias y Soledad –en ese momento sólo eran tres las erigidas en la ciudad–, sustituyendo en el cargo a Francisco Fernández Gironda. A partir de ahí, el apellido Canuria se transformará en sinónimo de la fascinante Pasión leonesa. Y otro dato. El establecimiento de ‘el Maestro’, la artesanal y prestigiada zapatería de la plaza de San Martín, será, también, a partir de entonces, el santo y seña de los papones ‘negros’.

Ochenta y un años más tarde –que debieron ser ochenta de no haber mediado la pandemia del Covid–, un bisnieto de ‘el Maestro’, Ángel Lescún Gutiérrez (Canuria de tercero) empuñaba la insignia abacial de su antepasado. Y adquiría, en paralelo, la misma responsabilidad que ya había disfrutado su tío Joaquín –primogénito del bisabuelo Lorenzo– en la década de los setenta del pasado siglo. Tres en uno. Era el 23 de mayo último, festividad de Pentecostés en el rico calendario católico. Naturalmente, la iglesia de Santa Nonia –a la que los papones continúan llamando capilla– testificaba la tradicional ceremonia, al amparo de la muy costumbrista y arraigada ‘Fiesta de la Alegría’, conmemoración anual que, en Angustias, se toma y se disfruta como acontecimiento grande. Ángel ya era abad.

Sin embargo, en la intrahistoria pública de los Canuria cabe destacar otros varios sucedidos de inciensos y cruces alzadas. De pendonetas y crismones. De cortejos penitenciales. Vestir la túnica negra formaba y forma parte de sus vidas. Y la estirpe, que larga es, lo lleva a gala en el genoma familiar porque ‘el Maestro’, aquel ‘paisano’ de alargada sabiduría urbana, de embravecidas y hondas manos, aquel hombre de fuertes principios, bendeciría, sin ser consciente de ello, una fascinante progenitura de muy altos vuelos pasionales en la capital leonesa.

Con el irrenunciable auxilio de su esposa, Eloína Fernández, Lorenzo Canuria, un hombre sencillo y de inteligencia natural, pronto fue cercado por la responsabilidad de sacar adelante a ocho hijos –cinco chicos y tres chicas–, que, muy pronto, serían siete por la muerte en agraz de una de ellas, Rosa. Y, todos, Joaquín, Florencio, Lorenzo, Vicente y Félix, el benjamín de la familia, fundidos con idéntica unción penitencial: ser papones. Que aunque Sofía y Eloína –la segunda y cuarta respectivamente de la saga, y la primera, además, abuela del nuevo abad de Angustias– no pudieran vestir la enlutada sarga, se envolvían con ella cada Semana Santa. Sofía, con sus más de noventa esplendorosos años, lo sigue haciendo cuando huele a primavera y sahumerio. Y vayamos por partes.

Como ya se ha dicho, la heredad en cascada de los Canuria se iniciaría con Joaquín –que abrazó la profesión de su padre junto al menor de los hijos, Félix–, quien, en 1972, tomaba posesión como abad de Angustias de manos de Cayo Muñoz –que había sustituido dos años antes a otro ‘gigante’ de la Semana Mayor, Emilio Gago Revuelta– y el último superviviente de una gloriosa lista de destacados servidores ‘angustiosos’. Luego, a partir de 1990, se viviría una nueva época de contrastada continuidad con la abadía de Juan Miguel Díez Alija. Pero esa es otra historia. Con Joaquín, de todos modos, se iniciaba una segunda alianza del apellido con la cofradía. Un Canuria volvía a estar al frente de la centenaria compañía, dicho sea al modo antiguo.

En correlación y por detrás aparecería en la vida del matrimonio de Lorenzo y Eloína la hoy matriarca de la familia, Sofía. Casada con Miguel Lescún –otro de los ilustres apellidos cofrades de la capital leonesa–, mantuvo y mantiene el estatus familiar por acervo y convencimiento. Miguel, bracero del Nazareno, titular de la cofradía de Jesús, pronto sacaría de la mano en las procesiones a su hijo Ángel –padre del recién nombrado abad y seise que fuera de la cofradía hace unos años– que siguió –y continúa con idéntico postulado– alimentando la llama encendida por ‘el Maestro’. Y a renglón seguido llegaría Florencio, también papón convencido, quien, con residencia en la capital de España, siempre regresaba cada Semana Santa para ponerse la túnica. Le seguiría en el orden relacional Eloína –muy ‘papona’– y, después, Lorenzo, de igual forma ‘hermanito’ y bracero y un destacado cofrade en todos los órdenes.

El siguiente de la descendencia sería Vicente. Pedro Vicente. En su caso no fue primer servidor de Angustias, pero sí de la cofradía hermana de Minerva y Vera Cruz en dos ocasiones (1992-1993 y 1994-1995). En la segunda para paliar la orfandad devenida por el fallecimiento inesperado, en 1994, del por entonces abad, Edelmiro Robles Ordás, a quien Vicente había legado la responsabilidad de la penitencial y sacramental cofradía, hoy Real. Aquí, es cierto, se ‘rompió’ la cadena con Angustias, pero no con la Semana Santa común. Vicente vivía la orlada cofradía mariana con el mismo ímpetu de su padre y hermanos. Era bracero del Santo Sepulcro, paso popularmente conocido en la procesión del Santo Entierro en los años pares, por el sobrenombre de ‘la Urnia’. Así, a capón. Su hijo, de igual filiación que su precursor, Vicente, tampoco tendría encargo en Angustias –siempre papón de a pie–, si bien se enfrascaría en la fundación, en 1991, de la cofradía de Nuestro Señor Jesús de la Redención, la octava en antigüedad de de la Semana Santa de León, de la que fue primer abad. Todo un honor para alguien con semejantes antecedentes.

Se cerraría la eclosión de esta generación de los Canuria con el entrañable y recordado Félix, el hombre silencioso. El hombre bueno no exento de carácter y temperamento noble, que, en secreto, compartió la abadía de su hermano mayor. Félix fue papón de túnica y procesión y jamás se planteó ser otra cosa. Ahora bien, sin él, Joaquín no hubiera podido desempeñar una abadía de tan contrastada trayectoria y entrega. Félix lo suplió en el taller centenares y centenares de horas sin ni siquiera un quejido. Ni un pero. Al contrario. La cofradía y el permanente homenaje a la figura del padre, al monolito memorístico de ‘el Maestro’, lo abarcaba y llenaba todo. Y adonde no quiso llegar Félix lo ha hecho su hijo, Roberto Canuria Salazar, empeñado, al igual que su primo Ángel, en servir a Angustias. Seise de la cofradía en la actualidad, la abadía le espera dentro de muy pocos años –quizá no más de seis-, para que la sucesión siga consolidándose.

Por el momento, es Ángel Lescún Gutiérrez –ya se sabe, Canuria de tercero– quien lleva la batuta de la familia en el ánima de la cofradía de Angustias. Es el abad. Como su bisabuelo. Como su tío. Sin embargo, no se descartan futuras incorporaciones a la insignia abacial de nuevas generaciones. Eso sí, con el apellido Canuria. Y no importa el orden. Como es el caso del nuevo abad.
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