Los canguros del cielo

19/03/2019
 Actualizado a 14/09/2019
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Se me ha cortado la mochila al mezclarle el café madrugador y un sonido atronador impropio del invierno berciano en la apertura del trazado de caminante. Pero comienza a desdibujarse la estación, no solo por la montaña rusa del termómetro que marea cualquier desayuno, sino porque se ha convertido en un particular invierno austral que deja ver a los preceptivos canguros de las antípodas surcar el cielo y agarrados al culo de un helicóptero que no guarda secretos. Sus motores lo cuentan todo a gritos y a veces incluso relajan alguna lágrima de esas que buscan el hombro de las llamas para llorar sobre ellas. Mediados de marzo y ya comenzamos a enseñar nuestros trapos sucios. Un pitoniso amigo, titulado enla Rey Juan Carlos auguraba este adelanto del fuego argumentando que la reprimenda a la caza concluiría en un tirón de orejas de este tipo. Engordaba su relato otro adivino espontáneo, que hablaba de la necesidad primigenia de rescatar a la población ante la amenaza de las fauces de una fauna salvaje que se reproduce numéricamente cuan ratas de alcantarilla. Incluso auguraban que llegaríamos a ver a lobos buscando las cunas de los recién nacidos con los ojos ahogados en sangre, ávidos de clavar sus colmillos en la carne más esponjosa. Apocalíptico paisaje que parece intentar dar por buena la limpieza de la hoguera, como parte de la estrategia de vida inevitable, para aquellos que solo buscamos compartir, de la manera más simple de todas, sin tocar el orden de las cosas. La Baña, la zona osera de Palacios del Sil, de nuevo Cabrera han vuelto a ser objeto de esa trágica mano de pintura que, sintiéndose pintor más que verdugo, les propina un autor cobardemente anónimo que no soporta ver el roce del sol en el verde natural. Es esa caricia la que inicia su temporada artística. Y de nuevo el fin en la ceniza, el olor a naturaleza muerte y esperar que el pitoniso ad hoc falle en su predicción.
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